top of page

SEMINARIO CRISIS VALÓRICA EN LA POLÍTICA: 

CAUSAS Y PROPUESTAS DE SUPERACIÓN.

Organizado por la Academia Parlamentaria.

Encabezado por el Presidente Osvaldo Andrade y propuesto por el diputado Marcelo Schilling.

Marco de Referencia: Investigación sobre "Identificación y análisis de las causas que explican la crisis valórica en la política y propuestas de solución o salida".

DESCARGA

Publicación del Seminario realizada por la Academia Parlamentaria

Seminario

Crisis Valórica en la Política 

ARTICULOS RELACIONADOS

SEMINARIO

“CRISIS VALÓRICA EN LA POLÍTICA: CAUSAS Y PROPUESTAS DE SUPERACIÓN”

VIERNES 17 DE MARZO DE 2017

SEMINARIO

“CRISIS VALÓRICA EN LA POLÍTICA: CAUSAS Y PROPUESTAS DE SUPERACIÓN”

VIERNES 17 DE MARZO DE 2017

Presentador

 

Muy buenos días. Sean bienvenidos a la Cámara de Diputados, al seminario “Crisis valórica en la política: causas y propuestas de superación”.

Damos la bienvenida al Presidente de la Cámara de Diputados, don Osvaldo Andrade Lara; al Diputado don Marcelo Schilling, quien encargó el estudio sobre el tema por analizar en este seminario; y a los investigadores y correalizadores del estudio, doña Claudia Toro y don Eduardo Yentzen.

El seminario que hoy se desarrolla aborda uno de los temas que por estos días forma parte de la discusión política y social tanto a nivel nacional como a nivel global: si existe una crisis valórica en la política.

El trabajo de hoy comienza analizando el tema desde lo general a lo globalizado. Luego se formula la pregunta si existe crisis de valores en la política, para terminar con la pregunta de cómo salir de ella.

En su concepto amplio, una crisis política ha sido definida por algunos autores como una coyuntura compleja en el marco del proceso político, entendida como un proceso donde se altera o se rompe el normal funcionamiento del sistema y de las relaciones entre sus actores políticos y sociales, produciendo durante un determinado período momentos de incertidumbre e inestabilidad institucional hasta producirse el reacomodo del sistema a las nuevas condiciones.

El descontento, la desconfianza, la desaprobación o el desconocimiento de los representantes políticos, así como las tensiones y contradicciones en el seno de la sociedad, son algunos de los primeros indicios de que una crisis política se avecina.

La motivación de este estudio fue invitar a actores relevantes de distintas áreas del quehacer social para pedirles una mirada cualitativa en libertad y profundidad sobre su visión de las causas y consecuencias, el alcance y propuestas de salida a esa crisis política anunciada.

Dicho lo anterior, vamos a invitar al Presidente de la Cámara de Diputados, don Osvaldo Andrade Lara, quien saludará en la inauguración de este seminario.

 

 

Osvaldo Andrade Lara, Presidente de la Cámara de Diputados

 

 

 

 

 

 

 

 

Muy buenos días.

Como ustedes saben, este seminario busca debatir en torno a los resultados de un estudio sobre la crisis valórica de la política, que encargó el Diputado Marcelo Schilling.

Me dicen los organizadores del seminario y los investigadores que realizaron el estudio, Claudia Toro y Eduardo Yentzen, que les llamó la atención la amplia acogida que tuvo su llamado a numerosas personalidades, de los más diversos ámbitos de la vida nacional, a participar en el estudio y posteriormente como panelistas de este encuentro.

Los organizadores creyeron ver una suerte de entusiasmo entre participantes e invitados, que no es usual cuando convocamos a este tipo de seminarios. Probablemente, ello se deba a la percepción compartida de que efectivamente sí existe una crisis en nuestra vida política y de que una de las formas de abordarla de raíz es ir a las motivaciones u orígenes de la acción política, que no son otros que los valores que inspiran a quienes participamos en ella.

Probablemente, este estudio también se deba al particular enfoque que adoptó, que propuso a los consultados “una mirada cualitativa, en libertad y profundidad” ante el fenómeno de lo que se denomina como una “crisis valórica en la política”, cuyas causas y consecuencias, alcances y propuestas de superación constituyen el cuerpo principal de esta interesante investigación.

No cabe duda de que el tema es importante y está plenamente vigente. Tanto las encuestas como la percepción de la gente, recogida en los medios de comunicación y en esto que ahora se llama las redes sociales, así como en la discusión más cotidiana de los asuntos públicos, dan cuenta de una fuerte desvalorización de la actividad política entre los ciudadanos. Instituciones fundamentales para la vida política, como son el Congreso y los partidos, ostentan hoy niveles de desaprobación preocupantes y muy altos, mientras que la creciente desafección hacia la participación política se expresa amenazante en el sostenido aumento de la abstención electoral. Los propios partidos políticos enfrentan en estos días dificultades para reinscribir a sus militantes y cumplir con los nuevos estándares de la ley electoral, tensionando incluso la campaña presidencial de cara a las elecciones de noviembre próximo.

Es evidente, entonces, que existe una crisis importante que incide en el deterioro de la convivencia social y en la calidad de nuestra democracia. Hay bastante unanimidad en la calificación de la gravedad de la crisis que enfrentamos. Así es percibida en el propio mundo político y por los más diversos liderazgos de la sociedad, cuestión de lo que da cuenta claramente este estudio.

Lo anterior lleva con igual claridad a la idea de que es urgente enfrentar la crisis que atraviesa la política y hacerlo con profundidad y desde múltiples dimensiones, dada la compleja naturaleza del problema que enfrentamos. No podemos olvidar que se trata de una crisis que para algunos tiene características de cambio de época y es sin duda un fenómeno global presente prácticamente en todos los países de este conectado mundo en que vivimos.

Como era de esperar, el estudio no propone soluciones mágicas. En política, al parecer, no existen las balas de plata. Su primera y acaso más importante constatación es que somos los propios líderes políticos y sociales los que debemos asumir nuestra responsabilidad en este plano, dando señales de consecuencia con los valores que inspiran a nuestra sociedad, de manera de avanzar a una suerte de reconstrucción valórica indispensable para que vuelva la confianza a los asuntos públicos.

La tarea es compleja y demanda del aporte de todos, desde dentro y desde fuera de la política. Es por ello que he querido sumarme con entusiasmo al esfuerzo iniciado por Marcelo Schilling, compañero de ideas y colega en el Parlamento. Lo hago como una modesta contribución a un empeño colectivo ineludible para todos quienes creemos que mejor política y más democracia son la única forma de alcanzar para Chile niveles de bienestar y auténtico desarrollo.

Permítanme en esta oportunidad, y a días de dejar la presidencia de la Corporación, finalizar esta intervención compartiendo con ustedes algunas ideas en torno a la crisis de la política y a las causas que están a la base del deterioro de la reputación y significación de las principales instituciones de nuestro país.

Lo primero es sostener que la actual crisis de confianza no solo es patrimonio de la actividad política, sino que atraviesa la sociedad y se expresa en la pérdida de credibilidad de las instituciones políticas, empresariales y religiosas.

A ello habría que agregar la preocupante pérdida del sentido colectivo en la vida nacional. Lamentablemente, desde mediados de los años setenta a la fecha se ha impuesto una cultura que privilegia y sobredimensiona el bienestar personal por sobre el bien común; la ganancia rápida por sobre el esfuerzo y la mesura; el camino corto por sobre el proyecto de largo aliento; el éxito individual por sobre el proyecto colectivo. Es en este factor en que considero está la base de la crisis actual y explica la profundidad de la crisis. Vivimos tiempos en que el individualismo parece haber derrotado las expresiones de lo comunitario.

A ello debiéramos agregar que lamentablemente para algunos decir “política” equivale a privilegios y prebendas impropias de representantes de una sociedad en la cual predomina la desigualdad y el abuso. Probablemente, quienes somos parte de la política razones hemos dado, y muchas razones hemos dado, para que dicha percepción tomara cuerpo en nuestro pueblo. Sin embargo, llegó el momento de reivindicar la acción política como la única capaz de dar gobernabilidad y desarrollo a nuestra sociedad, promoviendo más participación y un trato más justo para todos. En esa dirección, despojar a la acción política de todo indicio de privilegios y retomar la vieja tradición de austeridad republicana van en la dirección correcta.

Pero también se requiere reivindicar la acción política. Me refiero a la política como la forma o formas de conciliar intereses divergentes en el seno de un país plural. Es decir, aquella que busca con astucia, tolerancia, prudencia y flexibilidad maneras para llegar a acuerdos sobre diferentes temas desde diferentes intereses que están en pugna en un país heterogéneo y diverso como Chile.

En ese sentido, debemos retomar el diálogo democrático como la única vía permitida para superar las diferencias y construir grandes acuerdos; dejar aparcadas las rencillas de corto plazo y la escaramuza de trincheras, para concentrarnos en lo verdaderamente importante.

Ello no significa renunciar a convicciones propias e, incluso, a proyectos sociales en disputa. Todo lo contrario. Exige, eso sí, mayor honestidad intelectual para expresar con precisión hacia dónde queremos avanzar. En definitiva, se trata de volver a hacer política en un país que valora la diversidad. Promover la amistad cívica como un valor irrenunciable en una sociedad democrática sigue siendo la tarea para alcanzar.

El Parlamento, genuina expresión de la soberanía nacional, debe ponerse a la cabeza de la construcción de un clima de diálogo y respeto que se difunde por toda la sociedad. Me parece interesante lo que leí en la prensa el día de hoy en el sentido de que Marcelo Schilling hacía un parangón, un paralelo y una cosa para imitar del Congreso del Futuro, que ha tenido gran desarrollo en el Parlamento, con una preocupación más permanente del tema que hoy nos convoca. Interesante. Trataremos de hacerlo antes de irnos.

En los tiempos que corren, de descrédito y ataques hegemónicos contra la política, se hace necesario resituar a esta en el lugar que le corresponde. Ello, por cuanto si fracasa la política triunfa el egoísmo, la intolerancia y, por qué no decirlo, aparece la violencia.

Este seminario es una muestra del esfuerzo que debemos hacer y que deberemos replicar. Por ello, vuelvo a reiterar mi reconocimiento a los organizadores y especialmente a mi amigo Marcelo Schilling por la brillante idea de solicitar el estudio en cuestión y convocarnos a este encuentro.

Muchísimas gracias.

 

Presentador

 

Las huelgas, las protestas públicas, las movilizaciones populares o la renuncia de altos funcionarios de gobierno son algunas de las señales de que un país o una sociedad comienzan a transitar el proceso de una crisis. Los resultados de una crisis nos pueden parecer tanto positivos como negativos, dependiendo del lado de la historia en que nos encontremos. No obstante, visto desde un ángulo optimista, toda crisis es una oportunidad para la renovación y para el progreso.

Vamos a escuchar ahora las palabras de Eduardo Yentzen, investigador y correalizador del estudio que es objeto de este seminario.

 

Eduardo Yentzen, correalizador estudio

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Me corresponde entregarles una breve síntesis de los resultados del estudio.

Agradecemos especialmente al Diputado Marcelo Schilling, que convocó, acogió, apoyó este estudio, y al Diputado Osvaldo Andrade, por tomarlo y profundizarlo en este seminario.

Conectando con las últimas cosas que decía el Diputado Osvaldo Andrade, de la necesidad de que la política tome la misión que se requiere para salir, nosotros estamos continuando -también con el auspicio y apoyo de Marcelo Schilling- y vamos a trabajar ahora -porque este estudio lo terminamos a fines de 2016- el tema de construcción valórica. Y ahí, entonces, la pregunta es quién construye, quién le pone el cascabel al gato, que es el gran tema. Porque siempre decimos: “Ya, está bueno de diagnóstico; hagámoslo”. Y entonces estamos en ese empeño de que lo que requerimos es un proceso de construcción valórica.

El estudio invitó a unas trescientas personas a participar, y acogieron la invitación y participaron prácticamente cuarenta personas.

La gran motivación, que ya está en el tapete, es la convicción de que como sociedad necesitamos abordar este tema en profundidad, no podemos eludirlo, no podemos escabullirnos y no podemos responder a él solo formal o normativamente. De ahí también la opción por ocupar el concepto de “crisis valórica”, pues este interpela directamente al sujeto.

Otra importante convicción del estudio es que el tema requiere ser abordado por toda la sociedad. De allí que invitamos a voces de todo el arco social (mundo político, religioso, empresarial, de pueblos originarios, ciudadano, cultural, académico, estudiantil, gremial). Y fue acogido y efectivamente el estudio cuenta con representantes de todo este arco de voces.

Esta aspiración también es recogida en este seminario. Pensamos que es de una gran riqueza encontrar reunidos en un mismo espacio y en torno a un tema de relevancia nacional a esta diversidad de voces. No es para nada frecuente que podamos concurrir personas de todos los ámbitos a debatir un tema de interés nacional.

Lo que voy a hacer ahora es presentar esquemáticamente algunas de las ideas surgidas desde los participantes en el estudio.

En primer lugar, se invitó a preguntarnos si estábamos ante una crisis valórica, sus causas y consecuencias.

La respuesta mayoritaria fue: sí, estamos ante una crisis valórica.

Quienes señalaron que no, eso sí, dijeron igualmente que sí estamos ante una crisis en el campo de lo político.

Si bien hubo distinción entre llamarla o no “valórica”, hubo alta concordancia en los descriptores que ocupan.

Lo ilustramos con un ejemplo.

Un participante responde: “No hay crisis valórica, lo que hay es crisis de confianza”.

Y otro que dice que sí hay crisis valórica señala: “Hay crisis valórica porque hay crisis de confianza”.

Entonces, pasa a ser secundario un debate, una reflexión sobre lo valórico, pero del estudio surgen descriptores muy coincidentes.

Así, los que sostienen que no hay crisis valórica hablan, por ejemplo, de crisis de representatividad, legitimidad, confianza, conducción, mecanismos de representación, prestigio, partidos vistos como burocracias que controlan el acceso al poder, en ese orden.

Por su parte, quienes plantean que sí hay crisis de valórica hablan de falta de coherencia, interesados solo en el poder, crisis de liderazgo, conductas reñidas con la ética, crisis de confianza, crisis de legitimidad.

Como pueden ver, se aprecia similitud en los descriptores entre quienes dicen que sí hay y que no hay crisis valórica.

Ahora, quienes señalan que hay crisis valórica postularon otro campo de causas, que no estaban entre los que responden que no hay. Entonces, hablan de pérdida de referentes ideológicos, pérdida del valor de las ideas, pérdida de la centralidad de la política, sumisión a poderes fácticos, aparición de una nueva transparencia informativa.

Pasemos ahora a la revisión de las consecuencias.

Aquí agrupamos las respuestas en cuatro ámbitos.

Por un lado, consecuencias que se conectan o que pueden ser vistas también como causas. Entonces, como consecuencias plantean lo siguiente: “se imponen en la política ambiciones personales”; “estamos ante la inexistencia de lo propiamente social y un predominio del ‘sálvese quien pueda’”; “la crisis produce desconfianza, desprestigio y desinterés por la política”; “vivimos en una sociedad cooptada por los poderes fácticos y sus cómplices”. Pueden ver que hay causas y consecuencias. Pero también es coherente en el sentido de que una causa profundiza y genera consecuencias.

En segundo término, consecuencias vistas como amenazas. Algunos ejemplos: “anomia social y descompromiso con el servicio público”; “profundización de la apatía y ampliación de la descalificación”; “estado de ánimo colectivo de tensión expresado en agresividad”; “sopor inconsciente, sin imágenes oníricas respecto del bien común”, y “paralización de la sociedad”. Esta visualización de potenciales amenazas pensamos que obliga a evaluar si son reales o no o si pueden llegar a serlo y en qué grado existen.

Hay otro tipo de consecuencias que son vistas como oportunidades. Por ejemplo: “tenemos mayor firmeza de distintos actores sociales”; “surge una capacidad para organizarse a través de las redes sociales”; “no estamos ante un estancamiento, sino ante un dinamismo cuyos resultados serán de mediano y largo alcance”; “la sociedad quiere poner nuevos temas antes intocados”. Todo eso como oportunidades de la crisis.

Y finalmente pusimos una respuesta, en un espíritu semiserio, en un campo que llamamos invocación o súplica: “la ciudadanía espera que alguna entidad emerja como un punto de referencia en el cual sostenerse”.

El otro campo de estudio era si esta crisis obedece a alguna crisis mayor.

La agrupamos en tres diferentes niveles.

Uno, que no hay crisis mayor, sino crisis intrapolítica. Y algunos ejemplos: “política deliberada de la Concertación de desmovilizar a la ciudadanía”; “crisis en la institución del Congreso”, etcétera.

Dos, sí hay crisis mayor, hay crisis transversal. Entonces, esta crisis incluye Iglesia católica, Fuerzas Armadas y Carabineros, Administración del Estado. Es sistémica: instituciones, modelo socioeconómico, educación, iglesias. Es multicausal: hay desigualdad y segregación, fraude a la ley, cultura del consumo y crisis del pensamiento.

Y tercero, sí hay crisis mayor y es a nivel global o paradigmático. Y aquí se menciona crisis planetaria, global, de la humanidad, de cambio epocal, todos estos grandes referentes. Y algunos ejemplos de estas crisis en este nivel son: “las ideologías, incluidas las religiones, han sucumbido ante el materialismo inhumano e intrascendente”; “el individualismo y la pérdida de sentido colectivo impregna el alma de casi todas las personas”; “estamos ante una falta de convicciones filosóficas, religiosas y éticas en la sociedad contemporánea”. Esas son visiones de crisis paradigmáticas.

Interesaba especialmente al estudio pesquisar propuestas para salir de la crisis.

Aquí también agrupamos las respuestas en tres categorías.

Una, como propuestas concretas. Nombramos algunas de varias que ya están en el debate: “rebajar por iniciativa del propio mundo político sueldos”; “excluir facultad investigativa de parlamentarios en materias propias del Poder Judicial”; “no presentar candidatos involucrados en causas por corrupción”. En fin, aquí ya hay una serie de ideas de ese tipo, directas y concretas en el tapete.

Pero luego hubo propuestas concretas con otro alcance. Por ejemplo: “estructurar gobernanzas tripartitas gobierno-empresariado-ciudadanía organizada”; “levantar medios de comunicación democráticos”; “corregir la concentración de la actividad económica”; “necesitamos un movimiento integrador que promueva los valores de la democracia, los derechos humanos, la fraternidad, la justicia y la libertad”; “articular solidaridad y emprendimiento, iniciativa individual y colaboración, premio al esfuerzo personal y valoración de lo colectivo”; “hacen falta líderes honorables y amorosos”; “el camino es integrar derechos humanos, acciones comunitarias, opciones artísticas, espirituales, desarrollo sicológico, educación y acción ecológica”; “lo que necesitamos son bosques de meditación y espiritualidad en cada comuna”. Estas ideas muestran también el abanico de personas convocadas.

Un último campo de respuesta a las propuestas de salida fueron del tipo “no tengo o no las hay”. Por ejemplo: “¿Respuestas individuales? Eso pertenece al siglo pasado. Las respuestas hoy son culturalmente planetarias y pueden emerger del sentido común orgánico de la sociedad”; “si tuviera alguna propuesta atendible, escribiría libros, daría conferencias, organizaría movimientos, pero no es el caso”; “no me surgen propuestas de solución; ni siquiera la eventual aparición de un líder supercarismático lograría traspasar la barrera de los propietarios fácticos de la realidad”; “estamos ante fuerzas de la historia que no entendemos bien y necesitamos conversar, reflexionar y con el tiempo, diez, cincuenta o cien años, emergerán quizás algunas respuestas valiosas”.

Confiamos en que no tendremos que esperar tanto y que ya hoy en este seminario comenzarán a surgir respuestas valiosas.

Muchas gracias.

osvaldo andrade
eduardo yentzen

PANEL 1: LA CRISIS DE LA POLÍTICA EN UN CONTEXTO GLOBAL

 

Claudia Toro, Moderadora

 

 

 

 

 

 

 

 

Muy buenos días.

Me acompañan aquí don Gutenberg Martínez, abogado de la Universidad de Chile; docente y político; rector de la Universidad Miguel de Cervantes desde 2003; militante del Partido Demócrata Cristiano desde los catorce años; dirigente estudiantil de la Federación de Estudiantes Secundarios (FESES); jefe del grupo de la Democracia Cristiana Universitaria (DCU); consejero de la Facultad de Ciencias Jurídicas en representación de los estudiantes; Presidente del Partido Demócrata Cristiano en dos oportunidades; entre 1990 y 2002 fue Diputado de la República, representando a las comunas de Ñuñoa y Providencia en la Región Metropolitana, y Presidente de la Cámara de Diputados entre 1996 y 1999.

También está con nosotros Marco Antonio de la Parra, dramaturgo, escritor, docente y psiquiatra de la Universidad de Chile; miembro de la Academia de Bellas Artes desde 1975; ampliamente reconocido y distinguido por sus creaciones teatrales; censurado en tiempos de la dictadura por su obra Lo crudo, lo cocido y lo podrido, en 1978; director de compañías teatrales como la Teatroneta, Teatro de la Pasión Inextinguible y Transatlántico; docente de la Universidad Católica y Finis Terrae, casa de estudio en la cual dirige desde 2005 la Escuela de Literatura de la Facultad de Comunicaciones y Humanidades y, entre 2012 y 2015, la Escuela de Teatro; también dirige en la misma universidad la Cátedra Siglo XXI, destinada a reflexionar sobre las grandes tendencias que están imponiéndose en el mundo en el campo de la cultura, la ciencia y las disciplinas sociales.

Del mismo modo, nos acompaña Pedro Cayuqueo Millaqueo, periodista, escritor y político, activista mapuche, chileno, con una prolífica producción de crónicas y análisis para medios nacionales y extranjeros; distinguido con el Premio del Colegio de Periodistas de Chile 2011 y con el Premio al Periodismo Iberoamericano Samuel Chavkin 2013; participó en la Coordinadora Arauco Malleco (CAM) entre 1998 y 2000, retirándose por diferencias políticas; fundador del partido mapuche Wallmapuwen, en 2005; vicepresidente de la Corporación de Profesionales Mapuche (ENAMA); integra el Consejo Consultivo del Instituto Nacional de Derechos Humanos desde 2012.

Finalmente, integra esta mesa don Manuel Antonio Garretón, sociólogo, politólogo y docente; licenciado en Sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile y doctorado por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París; ampliamente reconocido por sus aportes en la investigación social y política, la docencia nacional e internacional y por su aporte al desarrollo del debate y la reflexión intelectual y cultural del país y de Latinoamérica; cuenta con una vasta producción editorial, aportes a la organización asociativa de las ciencias sociales y distinciones y becas, como el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2007 y el Premio Kalman Silvert 2015; desde 1994 es profesor titular del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.

Nos pareció muy importante tener una primera mesa de debate que fijara las posiciones en torno al tema de la crisis política y su contexto global en la que participaran personas que vienen de distintos mundos y que desde ese mundo han movilizado pensamiento político en torno a este sueño de construcción de lo común, de lo colectivo.

A modo de una breve presentación, quisiera complementar lo que planteó Eduardo Yentzen señalando que el estudio permitió recoger muestras evidentes del desencanto que moviliza la discusión y reflexión social hoy. En ese sentido, sería la muestra de una sociedad viva, por tanto, un desencanto saludable y necesario y que en la última década ha permitido mover el límite de lo posible y discutir sobre lo deseable.

Se vislumbra también la necesidad de una búsqueda que comienza a hurguetear públicamente en las tan vilipendiadas utopías a propósito del reclamo de lo que sería una escisión de las estructuras sociales respecto de las estructuras valóricas, pero también motivacionales y emocionales, sin encontrar aún el justo lugar que sea convocante para la construcción de un nuevo proyecto social.

En este escenario ha existido también un actor muy relevante, que es el papel del Estado en la gestión pública, en donde ha pasado en la última década, sobre todo en Chile, desde un rol subsidiario neoliberal hacia una gestión pública que ha sido promotora de lo ciudadano y de la ciudadanía, es decir, por tanto, de las identidades, las expresiones y prácticas más diversas, exponiendo socialmente así cuáles son hoy día zonas de conflicto.

En ese contexto, entonces, el pensamiento político y de los actores políticos estaría llamado a hacer posible eso colectivo, valorando la democracia como el espacio de construcción del sueño de sociedad compartido desde una mirada larga, siendo capaces de ir más allá de lo que se ha denominado por varios autores el presente perpetuo. Esto porque el pensamiento político, así como el arte, serían fuentes de expresiones simbólicas y, por tanto, de acciones instrumentales en el sentido de hacer visible eso colectivo.

A propósito de lo que hablaba el Presidente de la Cámara de Diputados, hay una pregunta muy importante y que no solamente tiene que ver con Chile, sino que tiene que ver con cómo se organiza entonces el mundo político, los agentes de la política para asumir este desafío y cómo esto está siendo realizado en Chile y cómo está siendo eso eco o no de una crisis o de un sistema global que también ha puesto en jaque esa situación.

 

Gutenberg Martínez, rector Universidad Miguel de Cervantes

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Muchas gracias por la invitación.

Las felicitaciones al Presidente de la Cámara de Diputados, Osvaldo Andrade, y al Diputado Marcelo Schilling por la iniciativa.

Yo creo que en este tema una de las dificultades iniciales es que de los actores mismos de la política y de sus instituciones no siempre hay iniciativas respecto a la crisis de esta y muchas veces uno observa una actitud de mirar esta crisis como si fueran espectadores de esta más que como actores de ella. Y en esa lógica la iniciativa que estamos hoy día en comento me parece que es de sumo saludable y deseable que se pueda continuar.

En el programa nos señalan que en este panel lo que se nos pide es comentar sobre la base de la crisis de la política en un contexto global. El tiempo es limitado, así que, por lo mismo, hay que hablar en titulares.

El primer titular desde mi punto de vista es el individualismo reinante, el que está instalado en lo que ayer denominábamos la sociedad occidental. Su instalación es profunda, transversal, cruza los distintos estamentos etarios, sociales, políticos. Es absolutamente transversal. Y todos sabemos que el individualismo se traduce en falta de participación, que cruza lo político, lo social. Sabemos la abstenciones a nivel mundial y en el caso nuestro en Chile. Y no solo la abstención y no participación en el área política, sino también la abstención, que no siempre se comenta, en los sectores sociales: la abstención en la CUT; la abstención en la ANEF; la abstención en las federaciones estudiantiles, que han tenido que cambiar inclusive sus quórums para los efectos de poder elegir sus federaciones. Es decir, tenemos un individualismo instalado. Y podríamos seguir hablando de esto. Esto impacta hasta en el concepto de movimientos sociales. Cuando algunos piensan que los movimientos sociales actuales se pueden comparar con los movimientos sociales de los sesenta equivocan el análisis, porque la composición individualista está presente hasta en los movimientos sociales actuales, que poco tienen que ver con esa concepción más solidaria, más global, de una visión más idealista que se tenía comparativamente en la década de los sesenta.

Creo que lo segundo, que no es ninguna novedad decirlo, pero eso es lo que nos piden desde un punto de vista global, es evidente que la política perdió su centralidad. Y esto es algo que es fácil decirlo, pero que en el área de la política y de los actores no se entiende debidamente. La política es menos importante que ayer, sin perjuicio de que la crisis financiera mundial le haya hecho retomar un cierto mayor factor de importancia, pero nunca la que tuvo antes. Esa pérdida de centralidad puede estar en su origen en la crisis del Estado nación y en otras razones que a lo mejor alcanzamos a analizar. Pero es un hecho de la causa que la política es menos importante que ayer. Y, por tanto, eso condiciona todos los análisis. Las exigencias ciudadanas respecto a la política son, podríamos decir, mayores que las de ayer y la política es incapaz de solucionar todo el nivel de las mismas exigencias. Crecen las exigencias a la política y bajan las capacidades de ella para resolverlas, por su pérdida de centralidad y por la crisis del Estado nación.

En tercer lugar, el poder político estructurado y central va en decadencia y está siendo sustituido por un poder más descentralizado, menos jerárquico, más compartido, más horizontal o plano. Es decir, la visión tradicional de una sociedad en que su poder se estructura en la lógica piramidal o en la lógica tradicional está siendo sustituido, en una visión prospectiva, por un poder que se descentraliza y que se estructura en una línea más cercana a lo horizontal y en que se comparte. El poder va más en la línea de ser compartido que en la línea de ser centralizado, lo cual le agrega a la capacidad de la política mayores dificultades.

En cuarto lugar, hablamos del individualismo, pero hay un fenómeno que se confunde con él y que no es lo mismo, que es lo que se denomina la “individuación”. El joven de hoy sueña con vivir en un departamento en Santiago solo o en Providencia solo, de acuerdo con lo que son sus estatus socioeconómicos. Eso no era un sueño de, al menos en mi caso, de nuestras juventudes. Hay una demanda de individuación, aunque al día siguiente pueda estar marchando en la calle. Hay una forma de vivir en la cual hay una mayor exigencia personal, que no significa egoísmo ni falta de solidaridad, pero sí significa un mayor desarrollo de la parte de personalidad relacionada propiamente con su formación o su desarrollo de personalidad. Hay distintos trabajos académicos, por ejemplo, uno desarrollado por el rector de la Universidad Silva Henríquez entre jóvenes precisamente en los años de mayor activación estudiantil, que en un comentario que hizo en ese momento el rector de la Academia de Humanismo Cristiano, José Bengoa, indicaba que en un trabajo de cinco años exquisito en estudios de opinión y focus group solamente se encontraron dos expresiones de tipo colectivo. Todo era “yo creo”, “yo soy”, “yo pienso”, y solamente había dos expresiones colectivas: la Teletón y la Rojita. Es decir, la visión individual era una visión muy fuerte.

Quinto, la transparencia es un fenómeno global, detona lo oscuro del poder, hace evidente los vicios del poder y todo lo que ello implica. Y la globalización globaliza el rechazo y la negatividad. No estoy diciendo ninguna novedad, pero es un efecto global que daña más objetivamente. Podrá ser bueno, pero como dato es un dato evidente.

En sexto lugar, la modernidad líquida, que es el gran aporte de Bauman, recientemente fallecido, es casi un imposible para la política. La política siempre se ha hecho sobre la base de tener estados de situación consistentes sobre la base de los cuales se actúa y se planifica. Pero una situación que nunca es consistente, sino que está en un cambio permanente, le hace muy difícil asimilar esa situación a la política y a los políticos, le agrega un desafío, una exigencia junto con la exigencia de rapidez que la modernidad le hace a la política.

Y, por lo tanto, una política que ha perdido centralidad, una política que se enfrenta a una situación de individualismo e individuación, una política que enfrenta una situación de modernidad líquida y que enfrenta una situación de mayor exigencia es un conjunto de desafíos difíciles.

En séptimo lugar, se mantiene, a pesar de todo, la dicotomía Estado/mercado, que a mi juicio es otra cosa global que atenta contra la política. Mucho se ha hablado de la necesidad de relevar a la sociedad civil, en el lenguaje de algunos, en el lenguaje de otros, entre los cuales hoy me cuento, de relevar el sentido de la importancia de la comunidad o lo comunitario. Pero esta dicotomía entre Estado y mercado lleva peligrosamente a transformar a las personas, a los ciudadanos más en una visión clientelar que en una visión de ciudadanos portadores de derechos y deberes, todo lo cual juega al final de cuentas en una relación clientelar del ciudadano en relación a lo político. Por eso, en mi visión, creo que lo que hay que retomar es el potenciamiento en la sociedad civil, o en términos de Etzioni, buscar un potenciamiento en la comunidad y hay que superar esa dicotomía Estado/mercado por una nueva trilogía virtuosa que sea Estado/mercado/comunidad.

En octavo lugar, uno de los grandes aportes, a mi juicio, de Daniel Innerarity, autor que me permito recomendar, porque creo que es uno de los intelectuales europeos que se acerca más a una mejor interpretación de lo que son los problemas de la política hoy día y también aplicable a la realidad nuestra, es lo que él denomina la “decepción de la política”. Señala que son tiempos en que la política está condenada a generar mayor decepción. Y agrega “especialmente cuando se hace bien”. Sostiene que el contexto como se hace hoy día la política señala que la actitud oposición-gobierno genera necesariamente una lucha política marcada por el efecto negatividad y que, por lo tanto, lo negativo es lo que prima en la acción política por sobre lo positivo y que, por lo tanto, el contexto de la política es en un régimen de negatividad. Lo digo en titulares. Es todo un capítulo de uno de sus últimos libros, La política en tiempos de indignación.

Y noveno, como se quiera denominar, y no lo digo desde un punto de vista de las visiones conservadoras, sino que lo mismo que está planteado en el programa, la pérdida de valor de los valores hace que sea por la vía del economicismo o del relativismo, el hecho es que el economicismo y el relativismo se dan la mano. Weber decía “especialistas sin alma, vividores sin corazón”.

En décimo lugar, el consumismo, que  también es una cuestión global, que Daniel Bell define tan bien cuando redefine que los lujos de hoy son más bien las necesidades del mañana.

Muchas gracias.

 

Manuel Antonio Garretón, sociólogo y académico

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Muy buenos días. Muchas gracias por esta invitación.

A mi juicio, lo primero es que el problema central hoy día no es la crisis de la actividad política. Por supuesto que hay crisis de la actividad política; la ha habido en otras ocasiones, y estas a veces pueden ser muy importantes. Sin embargo, yo diría que el problema central no es ese.

Tampoco el problema central es el otro tema que va asociado, es decir, la crisis de representación. Por supuesto que hay crisis de representación, y yo creo que mucho de lo que ha dicho Gutenberg se ubica en esa línea. Hay crisis de representación, pero esta es una consecuencia, no es la crisis central.

Y de alguna manera, han existido en otra época fenómenos como la corrupción, la desconfianza o esto que se llama el desencanto. Confieso que no entiendo mucho qué significa esto último, porque la mayor cantidad de la población en Chile nunca estuvo encantada con la política, pues son jóvenes que no conocieron la política, entonces, no tienen por qué desencantarse; los que nos podemos desencantar somos la minoría de la población que somos los mayores de edad.

Pero todo eso es consecuencia de lo que yo llamaría el problema central. Y por eso no se resuelve con medidas de mejoramiento de la política, de separación de política y dinero. Todo eso es fundamental, indispensable, pero no resuelve el problema central.

¿Cómo plantearía yo el problema central? En dos planos.

Por una parte, y que se acerca mucho al diagnóstico que ha hecho Gutenberg, a nivel global, respecto de la sociedad contemporánea. Y en este sentido, uno puede decir que la política es una dimensión de la actividad del ser humano social que tiene que ver con la resolución de los problemas de poder en un determinado espacio que se llama la sociedad o la comunidad apolítica. Y lo que yo afirmaría es que lo que conocemos como la política hoy, esta política que está en crisis, es la política que viene de una determinada sociedad que no tiene más de dos siglos. Y entonces el problema de hoy es que esa sociedad está desapareciendo y estamos en presencia en todas partes del mundo de un nuevo tipo de sociedad en el que no sabemos si la política que conocemos hoy, con partidos, sistemas electorales, etcétera, va a existir. De hecho, esta política que conocemos hoy tiene dentro de la existencia de la humanidad nada más que dos siglos.

Por lo tanto, hay un problema general en ese sentido, y yo lo veo como central, no como uno de los aspectos: lo que está en crisis es la idea de sociedad, la idea de lo que los americanos llamarían “polity”, o de comunidad política. La pregunta fundamental que se hacen los seres humanos hoy es para qué necesitamos sociedad. Y la sociedad de Estado nacional fue un necesidad cuando emerge la sociedad industrial de Estado nacional. La idea de comunidad política fue fundamental, y hoy día esto está en cuestión.

Hay varios factores detrás de esto, que no podemos analizarlos en profundidad.

Uno es el tema de la globalización.

El otro es la transformación del sistema productivo industrial, que significa que tenemos otra forma de producción, que podríamos denominarlo bajo el mundo de la informática, de lo digital, o como se le quiera llamar. Eso genera nuevas formas de convivencia, nuevas formas de relación y acelera lo que hace treinta años ya se empezó a decir, que era el tema del vaciamiento o descentramiento de la política.

Entonces, el problema no es del descentramiento de la política, sino el de la transformación de un tipo de sociedad que se va a caracterizar, entre otras cosas -todo esto, por el fenómeno de la globalización-, por la desnormativización. Lo propio de la sociedad que hemos vivido eran las instituciones, y cuando no había instituciones, nos dijo el gran sociólogo, la gente se suicidaba. En cambio, lo propio de la sociedad de hoy, de este tipo societal que está emergiendo, es que no haya instituciones. Si no hay instituciones y lo que importa son los acuerdos intrasubjetivos o las decisiones de los poderes fácticos, que se dan al margen de las instituciones, entonces no va a haber partidos ni formas organizadas de tomas de decisión, etcétera.

Pero este problema, que atraviesa al mundo contemporáneo, las sociedades particulares, históricas, concretas que conocemos lo resisten o lo enfrentan de manera distinta de acuerdo con su historia, con su cultura, con los actores que ahí existen.

Por lo tanto, mi impresión es que no puede hacerse un análisis del contexto global de la crisis de la sociedad contemporánea, en la cual está desapareciendo o transformándose o mutando lo que llamamos política, sin la particularidad de las sociedades históricas concretas.

En tal sentido, es obligatorio pasar de este análisis general, pero sin decir aquí está y ahora vamos a lo nacional. No. Hay que tomar eso y meterlo dentro del análisis de lo nacional. No es que sea el contexto, es un contexto que está presente, imbricado, metido en las características particulares o los ADN de las sociedades particulares. Eso obliga a ubicar todos estos elementos en la sociedad chilena, si queremos analizar la sociedad chilena.

Entonces, la crisis de la política de la sociedad chilena tiene dos componentes fundamentales.

Uno tiene que ver con la transformación de la política y la mutación, la transformación del tipo de sociedad.

Y el otro dice relación con qué es lo que era la política en la sociedad chilena y qué es lo que pasa hoy.

En tal sentido, la particularidad de la sociedad chilena, y de la latinoamericana en general, es que la política fue la forma de constitución de sus actores sociales. No fue ni la religión, ni la economía, ni la cultura, sino la política.

Y eso tuvo dos vertientes. Por una parte, la vertiente más personalizada de la política, más nacional popular, más populista (en el buen sentido del término, porque los economistas han embarrado toda la cuestión haciendo equivaler populismo a demagogia, que no tienen nada que ver: la democracia puede ser demagógica, el populismo puede ser demagógico). Y la otra vertiente es la política más institucionalizada, más partidaria. Y Chile pertenece a este último caso.

En el caso chileno lo crucial es que no hay actor o sujeto en la vida de la historia de Chile poscrisis de los 20, 30, desde los 30 para adelante, que no esté vinculado a la política institucional partidaria. Los partidos eran mucho más que partidos, eran subculturas, proveedores de identidad. Veamos como ejemplo la pregunta: “¿Qué tal este gallo?”. Si usted hace esta pregunta en Estados Unidos, le responderán: “Bueno, gana tanto”, “Es negro”, “Es blanco”, o “Es de Iowa”. Si la hacen en otras partes, le contestarán otras cosas. En Chile le habrían dicho: “Está rebién este gallo, pero es socialista”. O sea, la manera que tenían los actores sociales para constituirse era a través del sistema político partidario. Hubo, entonces, una imbricación: no hay movimiento social que no esté atravesado, relacionado con el sistema político partidario; no hay partido que no tenga vinculación con los actores sociales. Y eso se mantiene en formas dramáticas, complejas, amenazadas por el asesinato, la desaparición, la detención, las ejecuciones, durante la dictadura. Se mantiene esta relación estructural, orgánica, adenística, entre lo social y lo político partidario. Y lo fundamental es que se mantiene en el momento más importante de las últimas décadas, que es en el plebiscito. En el plebiscito, que es visto como un gran movimiento de movilización -ello es cierto-, no habría existido esa movilización sin los partidos. Son los partidos los que deciden ir al plebiscito. Esto es así.

Entonces, esta imbricación se empieza a romper. No hay tiempo para analizar las causas de ello. Pero existen dos fechas fundamentales: el 2006 y, sobre todo, el 2011 y el 2012.

El 2011 y el 2012 se produce por primera vez en la historia de Chile la propuesta de un proyecto histórico -yo no digo si es bueno o malo, no me meto en eso, aunque por supuesto yo lo encuentro bueno- que no viene de los partidos (la industrialización, Frente Popular; reforma agraria, Democracia Cristiana; vía chilena al socialismo, comunistas y socialistas y otros partiditos; lucha contra la dictadura, Alianza Democrática, Partido Comunista, y después Concertación, y también los partidos que están fuera de ella). Todas las propuestas y todos los proyectos históricos vinieron de los partidos. Por primera vez desde un movimiento social proviene un planteamiento, que se expresa básicamente en tres demandas, pero que apuntan a una cuestión central: el cambio y la transformación de la sociedad heredada de la dictadura. Chile era el único país, junto con México (este no tuvo dictadura propiamente tal) y Perú, que no intentó dar un salto de ruptura con la sociedad y la institucionalidad heredada. Todos los otros lo hicieron (bien o mal, es otro asunto). Entonces, esa incapacidad de hacerlo y de superar el modelo de sociedad, por buenas y malas razones, no fue aceptado por el movimiento social.

Y entonces se produce la siguiente paradoja, que es lo que marca la situación actual: por primera vez en la historia de Chile desde la sociedad surge un proyecto histórico. ¿Qué hace el mundo político? Hace lo que sabe hacer y honestamente, que es tomar ese proyecto histórico, transformarlo en programa, llevarlo a una campaña, y como se trata de ampliar, creyendo que al ampliar se mantiene el sujeto clásico de la política chilena, que era esta imbricación, incorpora al Partido Comunista y, por lo tanto, introduce un cuarto elemento, que es la reforma laboral, y presenta este proyecto. Y por primera vez en la historia de Chile vota un 40 por ciento de la población.

Entonces, estamos en presencia de una ruptura. La crisis de la política en la sociedad chilena, además de todos los rasgos que se han señalado para el mundo global, hay que plantearla en términos de ruptura, no desconfianza, no rechazo (también lo hay, pero son consecuencias). Se rompió una forma de constituirse la sociedad y los actores sociales. Se rompió la polis chilena. Y, entonces, quedaron dos grandes campos, con sus divisiones internas -no son homogéneos ninguno de los dos-: por un lado, el campo de lo político, que cree que el problema es de determinado tipo y queda entregado a su dinámica, y cuando queda entregado a su dinámica y a su propio onfalismo, a mirarse el ombligo, entonces por supuesto ahí viene la corrupción, comisiones para mejorar la situación, etcétera; y, por el otro lado, la ciudadanía, que queda entregada a sus propias dinámicas y, en consecuencia, es una mala ciudadanía.

Entonces, la crisis de lo político es la crisis de la actividad política, es la crisis de una ciudadanía para nada empoderada -es una gran mentira el que lo esté-, protestataria, que confunde derechos con consumo, que no aspira a una polis, o sea, una forma de organización de la sociedad. Y lo que se rompe, entonces: mala política, mala ciudadanía, mala relación entre ambos. Y en esta situación unos intentan isomorfisarse con la sociedad y la ciudadanía: “Hay que hacer lo que la gente quiere”, “Hagamos las cosas desde abajo”, “Preguntémosle a la gente”, y vamos haciendo encuestas cada día, que es la suma de opiniones individuales. No tiene nada que ver la opinión pública con la ciudadanía. Ahí no hay ciudadanía, pero se le dice ciudadanía. La ciudadanía no es representable en una muestra aleatoria.

Entonces, la política deja de estar vinculada; la ciudadanía deja de interesarse o participar en la política propiamente tal; se produce esa ruptura y una mala relación que se transforma en que cualquier cómico irresponsable puede decir, cuando su show está guateando, “políticos corruptos”: gran aplauso y se levanta el festival para mostrar lo maravilloso que es ese cómico.

Por lo tanto, aquí estamos frente a un problema que es de crisis estructural de la sociedad. Y la pregunta del cómo se sale es de un muy largo proceso, pero que requiere hitos. En otros países los hitos los han dado los líderes personalizados. En algunas partes han sido las elecciones las que han reconstituido la comunidad política. En Chile se han intentado elecciones; afortunadamente no ha existido la pura personalización.

La pregunta es cómo se sale de esto.

Mi impresión es que no se sale con políticas tan estúpidas como pedirles a partidos legítimos que sacan 500 mil votos que deben tener en tal fecha 30 mil firmas, o pedirles a movimientos o grupos que se están formando que tengan 30 mil firmas. ¡Déjenlos! Los que existen y pasaron el umbral electoral son partidos. Exíjanles, sí, limpiar el padrón. A los otros pídanles muy pocas firmas, por ejemplo, 5 mil, y en la primera elección se verá. Y de aquí para adelante los partidos se pueden crear, van a una elección y si no tienen determinado umbral, dejan de serlo. Pero no se quiso hacer eso. Se pensó con la idea clásica del partido que debe tener militantes. Si los partidos del futuro no van a tener militantes, sino otras formas de adhesión.

Yo creo que si esas fórmulas no resuelven el problema, hay que pensar en otras. Y no veo otra -lo he dicho muchas veces- que un proceso complejo de movilización, en el que estructuras políticas y la gente, o los ciudadanos, se puedan encontrar; en que alguien le pueda decir a un político que es corrupto, pero no escondido a través de Twitter, en un acto narcisista, sino frente a frente. Y no existe otra fórmula para comenzar un proceso de reconstrucción de la polis y de generación de nuevas relaciones entre lo político y lo social que un proceso constituyente en serio.

Gracias.

 

Pedro Cayuqueo, periodista y escritor

 

 

 

 

 

 

 

 

(Inicia su intervención en mapudungún).

¡Me imagino que todos entendieron…! ¡Porque somos un Estado muy respetuoso de la diversidad y de las lenguas originarias…!

Un saludo para cada uno de ustedes. Agradezco a la Cámara de Diputados esta invitación.

Me parece que es un tema superrelevante de discutir precisamente en estos espacios, donde están los políticos profesionales, porque creo que la crisis trata más bien de ellos que de la política. Creo que no hay que confundir, y existe un intento a veces muy declarado de confundir la política con el actuar de los políticos.

Yo en lo personal, y desde la mirada que uno trae desde provincia -yo soy del sur, del wallmapu, el país mapuche-, la visión que tenemos de la política en general es bastante positiva. Creo que hay un pueblo que está viviendo un renacimiento de activismo político, un renacimiento cultural, un renacimiento identitario. Y me atrevería a decir que este momento histórico en el caso del pueblo mapuche es el mejor para ser un joven mapuche. Estamos viviendo una verdadera revolución cultural como sociedad indígena en la cual todos y cada uno se suman a una idea, a un colectivo, a una causa común que vuelve a traer al tapete esta idea de la comunidad.

Yo me sorprendo mucho cuando se plantea que en Chile han ganado posición ideas individualistas, en que lo individual prima sobre lo colectivo. Quizás eso sucede en espacios determinados, en la capital, o en sectores sociales determinados. Pero lo que uno ve en provincia, y no solo en zonas de origen indígena, sino en la provincia alejada de la metrópolis, son comportamientos colectivos, uno observa comunidad, esfuerzos por vivir en común.

Hay una captura de la política por parte de una generación de políticos profesionales que lamentablemente la ha desprestigiado y la ha alejado de la ciudadanía, que es un tema que quizás no aborda este estudio. Sin embargo, pienso en lo personal que hay una valoración tremenda hacia la actividad pública, hacia el rol que cumplen los dirigentes sociales, las organizaciones de base, las juntas de vecinos, los comités, y en el caso indígena, las asociaciones indígenas, las comunidades. Yo observo que hay un mundo fuera de estos espacios donde la política profesional cumple su rol que está bastante activo y que cree mucho en la idea desde lo común.

No quiero dejar de señalar que uno no deja de emocionarse cuando entra a este recinto -he estado un par de veces acá en seminarios y charlas-, porque hoy día que estamos en una coyuntura bien especial en materia indígena, con el nombre del pueblo mapuche nuevamente en las primeras planas, con esta mirada tan parcial y restrictiva que tienen los medios y también las autoridades, uno no deja de pensar en que en estos salones estuvieron ocho hombres públicos mapuches legislando por nuestros derechos casi por cincuenta años. Ocho Diputados mapuches pasaron por este espacio, entre 1924 y 1973. La última fecha es muy simbólica, porque ahí se terminó con una generación de líderes y hombres públicos mapuches que legislaron en este espacio para beneficio de su pueblo en el sur, lo que se llamaba en ese tiempo la “raza araucana”. Esa participación política mapuche se dio en estos espacios. Aquí hubo discursos en mapudungún, en el Hemiciclo. Y yo tengo las actas de los ocho parlamentarios -estoy trabajando en un libro al respecto-, en las cuales aparecen discursos maravillosos en el Hemiciclo de este Congreso santiaguino de Diputados mapuches de los años 40, 50 y 60 del siglo anterior Cuando se dice que todo tiempo pasado fue mejor, en el caso de la política parece que los tiempos pasados fueron mejores, porque no solo había representación política parlamentaria indígena, sino que además estaban estos sueños colectivos, que me imagino Gutenberg Martínez lo recuerda muy bien desde la marcha de la patria joven, en aquellos tiempos de la Falange, de la antigua DC, y quizás también Manuel Antonio Garretón y otros activos militantes y pensadores de la política en Chile.

En el caso particular de lo que se nos invita a compartir, yo soy un optimista. ¿Y por qué? Porque creo que, efectivamente, hoy día hay elementos, trabajos y experiencias que se están desarrollando en otros espacios, alejados de la política profesional, en donde sí se está avanzando en función de un cambio no solamente en la forma de hacer política, sino que además en la forma de entender el rol de la política.

Cuando uno es mapuche y viene de una comunidad tradicional, uno tiene que lidiar con dos culturas y con dos paradigmas culturales. Y en el caso nuestro, quienes tenemos ese acervo cultural bien fuerte, arraigado, no dejamos de encontrar extraña la forma de hacer política que tiene occidente o al menos las democracias liberales que tenemos en Sudamérica, de la cual Chile forma parte.

Yo soy nieto de lonco, mi abuelo Alberto. Y mi abuelo Alberto cuando era pequeño nunca entendió la democracia. Él encontraba que la democracia era un sistema perverso que no lograba cautivarlo. Y no lo cautivaba por una razón muy simple, porque él me decía que la democracia consistía en que hay cien personas en una asamblea y gana quien tenga cincuenta más uno y los cuarenta y nueve restantes se van a dedicar todo el período a hacerles la vida imposible a los que ganaron. Me decía: “¿Cómo puede ser eso un buen gobierno? ¿Cómo se puede entender eso como gobierno?”. Y él explicaba que en el caso nuestro era distinto. Si nosotros tenemos cien y hay que llegar a un acuerdo no gana el cincuenta más uno; el cincuenta más uno tendrá la primacía para explicar su proyecto, su idea, pero no salimos de la asamblea hasta que ese cincuenta más uno convenza al resto de los cuarenta y nueve. El consenso, el acuerdo, el koyaktu -ese es un concepto mapuche-, el establecer el acuerdo, es una forma distinta de hacer política, que parte desde lo colectivo, desde lo común. Entonces, mi abuelo no lograba entender la democracia y la encontraba una forma de gobierno bastante primitiva por lo demás, la encontraba burda y torpe, porque él decía que lo ideal es lograr un consenso para que avancemos todos juntos hacia un destino común.

Eso puede sonar medio utópico, puede sonar incluso hasta como anarquista filosófico, pero créanme que es posible desarrollarlo en niveles que tienen que ver básicamente con la democracia más directa, en asambleas.

Yo no soy seguidor de Gabriel Salazar muy estrictamente. Pero él tiene un punto en el sentido de que quizás lo que está en crisis hoy día es un sistema de representación política que no sé qué tan conectado está con la forma en que la ciudadanía o la población en general quisiera que fuera la política.

Uno viene de un mundo en el que esto funciona. Yo les puedo decir responsablemente que en el caso mapuche uno observa una sociedad organizada que está pensando en lo común, tanto aquellos que se encuentran en el activismo político cultural como quienes están en temas que escapan a ese mundo, como el tema productivo, agrícola, en fin, las cooperativas. El mismo modelo económico mapuche -para algunos puede ser una gran sorpresa escucharlo, pero existe un modelo económico mapuche- se basa en el cooperativismo. Se podría decir que este es lo más cercano a un modelo económico mapuche. Por tanto, uno viene de un paradigma cultural en el que lo colectivo, lo común tiene mucha fuerza y tiene mucho sentido.

Y yo me atrevería a decir que gran parte del conflicto que tenemos hoy día entre el Estado y el pueblo mapuche y su no posibilidad de resolución pasa porque habitamos paradigmas culturales distintos y formas de pensar la economía, de pensar la sociedad, de pensar la relación con el medioambiente, de pensar las relaciones sociales de forma distinta.

Al respecto, ayer leía muy alegre en Twitter que en Nueva Zelandia se logró un paso histórico. Allí se declaró persona jurídica a un río, una petición que los maoríes, el principal pueblo indígena neozelandés, venían exigiendo hace mucho tiempo, porque es un río que tiene características culturales bien especiales para ellos. Y la corte neozelandesa aprobó que se declarara a ese río una persona jurídica, que tiene derechos. A mí me pareció maravilloso, porque da cuenta de una sociedad capaz de ponerse en otro paradigma cultural, aceptarlo, validarlo y reconocerlo. Yo en el mismo Twitter le comentaba a algunos amigos y a algunos conocidos cuán lejos estamos en Chile de reconocer, por ejemplo, ese tipo de derechos al medioambiente. Sería casi una locura, y probablemente quienes son abogados o los mismos parlamentarios se reirían de esto. Y resulta que la misma petición del pueblo maorí sobre ese río es el argumento que tenían las ñañas pehuenches en su minuto para oponerse a la aprobación de Ralco y Pangue, es el mismo argumento cultural. Sin embargo, acá lo que hubo fue básicamente una avasallamiento brutal por parte de un megaproyecto que todavía genera bastantes problemas en el sur.

¿Por qué soy optimista además?

Porque creo que por primera vez en la historia nuestra mirada del mundo -hablo desde lo mapuche o desde lo indígena-, nuestra mirada de la economía, nuestra mirada de la ecología, nuestra mirada de las relaciones sociales y humanas creo que está en el lugar correcto de la historia. Porque antes no fue así.

De esta forma, cuando se descubrió América los indígenas estábamos en el lugar equivocado, las corrientes mundiales, las corrientes de pensamiento, las corrientes económicas eran otras, y estábamos derechamente en un lugar equivocado. Y estar en el lugar equivocado nos costó la vida, se calcula, de más de 90 millones de personas que fueron asesinadas en el proceso de conquista europea en América, de Alaska a Tierra del Fuego.

Del mismo modo, cuando fue la independencia hasta la república, en el siglo XIX, la república sudamericana, los indígenas nuevamente estábamos en el lugar incorrecto de la historia, y por eso vinieron procesos de colonialismo y de despojo territorial que a los mapuches nos afectaron a fines del siglo XIX.

Igualmente, en el tiempo de la Guerra Fría, de esta polaridad mundial, los indígenas también estábamos en el lado incorrecto de la historia, tanto así que para la izquierda mundial, latinoamericana, revolucionaria, los indígenas ni siquiera estábamos en el eslabón más débil de la cadena, pues allí se encontraban los campesinos, no existíamos para la izquierda revolucionaria. Entonces, nuevamente en el lugar incorrecto.

Pero fíjense que hoy día no. Yo estoy convencido de que hoy día sí estamos en el lugar correcto. Porque hoy día occidente está buscando nuevos paradigmas para buscar respuesta a problemas que tiene hoy día, en materia de medioambiente, en materia de democracia, en materia de crisis política, como se le denomina. Y para ello se está mirando hacia las culturas originarias, se está mirando hacia el acervo cultural y filosófico de estas culturas.

Entonces, yo siento que existe la esperanza de que logremos en un futuro -no sé si muy cercano- establecer ese grado de comunicación que nos permita nutrirnos mutuamente y avanzar hacia una sociedad un poco más democrática, un poco más amigable. Yo no soy un propagandista ni idealizo la cultura indígena, pero sí creo que tenemos elementos en nuestras culturas, filosóficos, políticos, para nutrir la acción política incluso de partidos en los cuales muchos de ustedes acá ni militan. Fíjense que una de las primeras medidas que tomó Evo Morales cuando fue electo por primera vez Presidente en Bolivia, a través del partido MAS, fue incorporar al Código de Ética de ese partido los principios aymaras. ¿Y cuáles eran los principios aymaras? No robar, no mentir, no ser flojo. Yo entrevisté al Presidente Morales años atrás y él me comentaba muy sonriente y me decía “Imagínate cuántos políticos profesionales del Congreso boliviano pasan esa prueba: no robar, no mentir, no ser flojo”. Ellos aplicaron principios andinos a la acción política. Y el me preguntaba: “¿Existen principios culturales en tu pueblo, principios éticos, morales?”. Yo le decía que existen, que son cuatro: kümeche, buena persona; norche, correcto; kimche, ser sabio; y newenche, ser valiente. Y él me decía: “Bueno, ahí tienes tú una hoja de ruta en torno a la acción política mapuche, de cómo hacer política como mapuche”.

Por eso yo soy optimista. Creo que en el caso nuestro en particular hay una posibilidad muy concreta de seguir avanzando en la lucha por nuestros derechos. Lamentablemente, tenemos que lidiar con un Estado, una clase política y una sociedad chilena bastante inculta en torno al tema y que no se ha sacudido de fenómenos como el racismo o el clasismo, tan clásicos en Chile. Pero somos una cultura y un pueblo que va a seguir insistiendo en lo colectivo, en la comunidad, en el buen gobierno, que es distinto, y ahí estoy con mi abuelo, a lo que tenemos hoy día. Y esta crisis que plantea Manuel Antonio Garretón de un modelo de representación o de un modelo democrático que hay en occidente yo creo que es real, pienso que existe una crisis en torno a ese modelo de hacer política. Y no es descabellado pensar que pueden existir otras formas, otros modelos de hacer política.

No puedo dejar de referirme, porque además me presentaron como uno de los fundadores de la CAM, a lo que estamos viviendo hoy día.

Fíjense que el gran déficit que tenemos hoy día para resolver el conflicto es precisamente la política. No tenemos política hoy día para resolver el conflicto. No se está haciendo política para resolverlo. La gran negligencia en el conflicto sureño es precisamente de la clase política. Hoy día se les está entregando a Carabineros y a los fiscales el mandato de resolver el problema. Y si Carabineros y los fiscales van a solucionar lo que tenemos en el sur, entonces yo propongo que jubilemos absolutamente a la clase política, porque no está cumpliendo su rol. El conflicto es político, y se resuelve con negociación política, sentando a los actores en una mesa a conversar. Pero no una mesa de ciudadanos bien pensantes sureños, en una mesa de actores políticos. Tú no vas a resolver el problema con la CAM si no te sientas con la CAM a conversar. Tú no vas a resolver el problema con las comunidades en conflicto movilizadas si no te sientas con ellos a conversar. El tema es qué vas a conversar con ellos. ¿Vas a conversar de subsidios, de becas, de la posibilidad de algún tipo de indulto, en fin? Lo que el movimiento mapuche responsablemente ha estado planteando en los últimos tiempos son derechos políticos y territoriales. Esos derechos políticos y territoriales no entran en colisión -lo vengo repitiendo toda esta semana en Santiago- con el Estado chileno, con la estructura estatal que tenemos, pero si entran en colisión gravemente con un modelo económico -lo han planteado otros expositores- individualista, extractivista, y que tiene los territorios indígenas como campos de acción para sus inversiones y para extraer capital. El caso de la industria maderera es muy patente en eso.

No hay un mejor lugar que este para plantear este emplazamiento de que la política tome el lugar que le corresponde en la resolución del conflicto sureño. No puede ser que se insista desde el gobierno con medidas represivas, que tienden más bien a incendiar la pradera y no a buscar un diálogo. Yo aquí veo a algunos parlamentarios. Les planteo ese desafío, porque a lo que podemos llegar en el sur es a un conflicto étnico y de insurgencia armada que no les quiero decir las consecuencias que  puede tener en el futuro.

Sin embargo, vuelvo a cerrar con lo que mencioné al principio: en este espacio ocho hombres públicos mapuches hicieron política, alta política, legislaron. Fíjense que gran parte de los avances que hay hoy en materia indígena -Ley Indígena, CONADI y otro tipo de instrumentos- ninguno es obra de la Concertación en términos estrictos. Todas son conquistas de los años 40, 50, de los Diputados mapuches que después simplemente se fueron manteniendo en el tiempo.

Yo hago ese emplazamiento.

Muchas gracias.

 

Marco Antonio de la Parra, dramaturgo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Doy las gracias por la oportunidad de pensar y escuchar a otra gente que está pensando este país. Seré breve, muy personal y reiterativo, y espero no ser majadero.

La cosa es que de pronto se nos desmoronó la confianza en la política. Así como en un alud, fueron arrastrados figuras, principios, propuestas. Ni la demagogia, que parece tan resistente como las cucarachas, ha quedado en pie. De repente aparenta rebrotar como un sucedáneo de la política en crisis.

En medio de la modernización y enriquecimiento del país, al parecer se produjo eso que dicen de que en arca abierta hasta el justo peca. Y aunque sean una dolorosa minoría, un número sorpresivo de políticos se manchó las manos con dineros mal habidos en prácticas sospechosas.

La posmodernidad ya había hecho también lo suyo -se ha comentado acá-. Se habían demolido los discursos totalizadores, nada abarcaba ningún proyecto universal como en los viejos tiempos.

La cosa es que la política perdió sustancia, no solo en nuestro país. Los años noventa vivieron la bonanza socialdemocrática del Estado de bienestar en Europa y entre nosotros, el auge del neoliberalismo conducido por la Concertación, crisis del 97 incluida. Dejamos de ser el país endeudado permanentemente, con una inflación galopante que los más jóvenes ni siquiera imaginan lo que era vivirla.

Pero se terminó el siglo XX, se carcomió el proyecto de la derecha, reducido a ajustes del sistema neoliberal y se mancilló hasta la agonía la idea de una centroizquierda.

El siglo XXI interrogó a las generaciones anteriores, politizándose a ultranza de una manera curiosa: la democracia directa, en la calle, desconfiando de la democracia indirecta del voto. Cada cual incendia su neumático.

Las encuestas y las manifestaciones se han comido la convocatoria a elecciones.

Los jóvenes miraron a sus mayores con cruel desconfianza. Como dijeron en Alemania, o votaste con Hitler o sobreviviste a él. Cambien Hitler por Pinochet y verán que todo aquel que sobrevivió al régimen militar -eufemismo que me parece más cruel incluso que dictadura- se convertía en pinochetista ante una mirada tan de fines del siglo XX o directamente de este siglo. Mi generación está manchada de pólvora y de sangre aunque no hayamos hecho nada o tal vez justamente por no haber hecho nada. El golpe, la dictadura y la Unidad Popular son nuestra Troya: como los griegos, hablaremos décadas de eso (vamos ya para el medio siglo). Estamos implicados y duelen las preguntas que se nos hacen. ¿Somos nosotros acaso los cómplices pasivos? ¿Dónde estaba la Democracia Cristiana el día del golpe militar? ¿Qué responsabilidad tuvieron los grupos armados de la izquierda en el fracaso de la Unidad Popular? ¿Por qué tendríamos que adoptar un invento socioeconómico de los Chigago Boys? ¿O por qué no o por qué sí?

En medio de la pérdida de criterio que de pronto se dispara en tiempos de crisis alguna voz más joven dice que estamos en una dictadura. Y no hay Museo de la Memoria suficiente que ayude a tener más claras las cosas.

Los rostros de esta tragicomedia que ha sido la historia de Chile del siglo XXI se han repetido mucho, y algunos quieren seguir repitiéndose, añoranza de regímenes presidenciales fuertes y racionales, administradores potentes en tiempos en que hay una añoranza entre los jóvenes del ideario inflamable de la UP.

No hay partido sin mancha. El Partido Comunista tratará de pasar desapercibido, pero se enreda su historia internacional.

Aparecen como callampas nuevas agrupaciones que tienen que pisar con pies de plomo y sobre huevos.

La crisis del capitalismo, que no es ninguna novedad -está en su misma esencia- es anunciada como una especie de fin de la historia tras la cual no sabemos bien lo que viene ni lo que se propone.

Ya no es cosa de soñar y dejarse llevar por un sueño vívido hacia un mundo de libertad, igualdad y fraternidad.

El país arde, metafórica y realmente.

Los humoristas, en un país en que hay poco de humor y mucho de odio y de escarnio, se convierten en tribunos. Los políticos se convierten en piñata, se les ve como bufones. Los payasos piden limosna en las esquinas, el circo nos rodea, la farandulización de la vida social diluye la política e irrita.

La derecha, o algún fragmento de ella, visita a implicados en torturas y muertes.

La izquierda, o lo que queda de ella, se fractura buscando aire fresco.

El capitalismo neoliberal, con su sociedad de mercado, se ha instalado echando raíces en todos los barrios bajo los centros comerciales, torres, plazas, malls y el inconsciente de la mayoría, esa mayoría que no tiene ganas de cambiar tanto.

Pero el entusiasmo, siempre peligroso con su cóctel molotov en la mano, quiere brindar por un cambio radical.

Los empresarios son odiados y también los suben a la piñata; son el rey feo del carnaval También han manchado algunos sus negocios, tentados por la colusión, una de las tantas maneras de conseguir dinero fácil.

Se desconfía del rico, se le envidia y se le supone ladrón y delincuente.

Se desconfía de quien quiere un sistema económico más controlado y no desee cambiarlo todo. Derechista se le dice, facho, reaccionario. Pero esto cabalgando en caballo sin cabeza que no sabemos dónde va. No hay propuesta alternativa.

Si hay que leer a Marx de nuevo, es pensándolo en un sistema con redes sociales, Internet, Spotify, Amazon y Alibabá, donde la gente se relaciona por Tinder y los más jóvenes por un misterio extraordinario beben hasta el aturdimiento, a ver qué queda.

El silencio de Dios, el silencio de las élites no solo es chileno. No nos hagamos ilusiones. Tal como exportamos el neoliberalismo recién estrenado de las AFP y todo el sistema, dejamos de ser excepción y nos convertimos en regla. Chavismo, Podemos, evoístas, Corea del Norte, kichnerismo.

¿Cómo se reinventa la confianza cuando se ha roto como un cristal?

Se precisa una revalorización de la política que realmente represente a los electores, que den ganas de ir a votar y no solo por el mal menor.

Hay que combinar el entusiasmo sanguinario con la experiencia machucada y no vendida, como lo suponen ciertos jóvenes.

Hay que instalar un sistema de tolerancia cero con todo aquel que viole las reglas del juego.

El capitalismo, como las ratas, es capaz de sobrevivir hasta a una bomba atómica. Revisar salud, educación y transporte, áreas donde siempre se ha sabido que el Estado tiene que meter sus manos. Pero tampoco tanto que controle la libertad individual y la constriña.

¿Cómo ser inclusivos sin dejar caer un corsé educacional, por ejemplo, en una sociedad en la cual cada día más crece la diversidad? Diversidad en todos los campos, es decir, tolerancia, es decir, democracia.

Soy un partidario radical de la melancolía. Saber que no seremos el ideal de nadie, que seremos siempre transacción y que sería feo ser campo de batalla. Que el país tiene muchos rostros, y deben estar limpios para poder aceptar su diversidad como un acto generoso de convivencia.

El camino es quizás ser un sutil conservador escéptico de izquierda, con una ética del tamaño de un transatlántico, implacable con los que se tienten en manejos oscuros de lo que sea; implacable con los sueños demagógicos carentes de sustancia; implacable con los que creen que se debe imponer una sola vía de lo que venga.

Bajo la crisis surgen pequeñas ideas dictatoriales: cambiar el país de cabo a rabo; refundar; arrancar de raíz el sistema económico y no estudiar melancólicamente las señales de esperanza, que son pocas, y por eso mismo requieren cuidado, amor, cultivo.

Somos muchos y pensamos distinto, a veces muy distinto, y vamos en el mismo barco.

Y hay que tener cuidado con el deseo de aniquilamiento del adversario. Bajo ese deseo late la muerte y la dictadura. La vivimos cruel.

Hay quienes aseguran tener las manos diáfanas; se han bañado en el elíxir de la eterna juventud; entran al campo de la política supuestamente sin mancha.

Hay quienes exhiben como prueba de inocencia las huellas de la tortura, la prisión o el exilio. Pueden decir: “Yo no voté por Pinochet ni me quedé callado”.

A más de cuarenta años del golpe, aún no se conversa en voz alta de cómo inventamos entre todos a Pinochet.

Pinochet -lo he dicho en muchas partes- sigue siendo nuestro maestro del mal. Nos enseñó que podíamos ser crueles y viles.

¿Pero esa es la única opción, todavía hoy, pinochetistas o revolucionarios?

¿Qué hacemos con la gran vieja mayoría, la que no tiene partido, la que dice “no” en las encuestas, o más, dice “no sé”, “no me parece” o “no me interesa”? Hay que invitarlos y escucharlos, y no en un focus group. Hay que reconquistar su voto. Pero eso es replantearse la política, que no se convierta en un oficio, sino en un –¡vaya palabra!- servicio público. Y solo será posible por el camino de la melancolía, que no es tristeza, es realismo, es el vaso medio vacío y también el vaso medio lleno. Estos somos, esto es lo que hay. Limpiar de verdad y partir sin querer matar a nadie ni aplastar nada del todo.

Los analistas de verdad está tapados por el bullicio de los neumáticos ardiendo; los camiones ardiendo; los ciclistas furiosos; los que esperan colmar el Transantiago o el Metro y no saben qué podría mejorar las cosas; los que van al colegio a aprender a responder pruebas SIMCE y mejorar el NEM y la PSU con el propósito de entrar a un sistema universitario en que gran parte de las carreras pueden estar saturadas en sus posibilidades de empleo. Y no hablo de la salud, porque me da una gripe feroz al instante.

Y todo esto se siente.

Se cuelga de las bolsas del súper o de la tienda en boga el habitante que siente que está bien en su casa pero mal en la calle.

Soluciones solo para melancólicos.

Salvarán el mundo los que sepan que hay algo que perder si se quiere ganar. El futuro, si lo hay, no será de los fundamentalistas ni de los fanáticos. Me tachan de revisionista y yo sigo escribiendo de revoluciones fallidas, tragedias: la Unión Soviética, Cuba, Chile. Y me baño en melancolía cada vez que puedo.

Muchas gracias.

claudia toro
gutember martinez
manuel antonio garreton
pedro cayuqueo
marco antonio de la parra

PANEL 2: ¿EXISTE LA CRISIS DE VALORES EN LA POLÍTICA? SUS CAUSAS Y CONSECUENCIAS

 

Rebeca Araya, Moderadora

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En primer lugar, intervendrá don Roberto Fantuzzi Hernández. Él es Presidente de ASEXMA, empresario con una vida múltiple y azarosa. Muchos de sus azares solemos compartirlos, para bien y también para mal.

 

Roberto Fantuzzi, empresario

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En primer lugar, agradezco la posibilidad de conversar con ustedes. La verdad es que toda esta mañana ha sido una verdadera clase para mí. He aprendido cualquier cantidad, porque yo soy muy ajeno al mundo político, aunque en cierta oportunidad fui candidato. No salí, pero lo pasé extraordinariamente bien -lo reconozco hidalgamente-, porque es un cable a tierra que yo creo que todos los chilenos debemos tener. La participación en política es fundamental para conocer al resto de los chilenos, porque generalmente uno vive en burbujas.

Lo que han sentido ustedes es un regalo que les traigo, que ya no es ninguna novedad. Es una rana con el escorpión. Muchos deben conocer la fábula. Y al final me gustaría hacer una pequeña reflexión al respecto.

Yo quisiera partir con el pensamiento de Gandhi. Hay dos personas a las cuales yo sigo continuamente: a Gandhi y a don Pepe Mujica. Son dos personas que son mis líderes.

A Gandhi le preguntan en cierta oportunidad cuáles son los siete peligros de la humanidad. Yo me quiero referir solamente a tres, y ustedes seguramente van a sentirse identificados como chilenos.

El primer peligro es “riqueza sin trabajo”, es decir, en un término más “chilensis”, especulación.

El segundo es “negocio sin ética”. Yo creo que todo lo que están haciendo en el Congreso es extraordinariamente positivo, todas estas leyes. Pero yo creo que la ética la llevamos en nuestro interior. Yo sé perfectamente bien cuando yo cometo un error. La moderadora hablaba de que yo había cometido un error hace poco tiempo atrás. Efectivamente, cometí un error. Y me di cuenta inmediatamente de que no lo había hecho bien. Y por eso pedí perdón. Si no, no lo hubiese hecho. Entonces, está esto de hacer permanentemente leyes para corregir los defectos del mercado, por ejemplo, que es el tema que me incumbe más directamente. Y creo que el señor Piñera y todos los que estamos metidos en alguna actividad sabemos si lo estamos haciendo bien o si estamos haciendo una influencia equivocada.

Y el último es “política sin principios”, que es exactamente lo mismo.

Pero yo quisiera ir un poquito más allá, con un dicho chileno: “El que tiene la plata pone la música” en nuestro país. Y quiero profundizar este tema.

Yo creo, honestamente, que los partidos políticos no son los únicos que están haciendo política en nuestro país, ni tampoco los Diputados y Senadores, sino que, debido al grado de concentración económica de nuestro país, los efectos colaterales que tiene la concentración, principalmente los medios de comunicación son los que están haciendo política en nuestro país. Y la intervención del dinero en la política es un reflejo también del efecto colateral. Porque no tendría nada de malo la concentración económica si su ubicación fuera solamente en el área económica. Y lo dice Pepe Mujica. Y me gustaría que escucharan a Pepe Mujica: “Al tipo que le guste mucho la plata hay que correrlo de la política. ¿Quiere decir que al que le guste mucho la plata hay que castigarlo? ¡No! Al que le guste mucho la plata hay que meterlo en el comercio, en la industria, donde se multiplica la riqueza, en la aventura del riesgo empresarial, etcétera. Está bien. Allí sí. Pero no en la política”. Un hombre muy sencillo, ¡pero con una sencillez expresa sus ideas que yo lo hayo formidable!

¿Y puedo hacer un paréntesis que no tiene que ver mucho con este tema? Se está discutiendo sobre la jornada laboral de 45 o 40 horas, etcétera. Y me acuerdo de Pepe Mujica en las Naciones Unidas, que habla de la felicidad, y dice: “Está bien que los trabajadores den una pelea de disminuir sus horas de trabajo. Pero no nos vaya a pasar que un país endeudado en vez de trabajar un solo torno trabaje dos turnos para pagar la cuotita del auto, la cuotita de la ropa”. No nos vaya a resultar algo más negativo. Por eso que el tema que me consultaban los periodistas es un tema más de sociología, económico, etcétera, que hay que analizar en mucha profundidad.

Pero no solo el dinero en la política y el control de los medios de comunicación me preocupan. Porque los medios de comunicación están haciendo política hoy día. No cabe ninguna duda. Los temas los ponen ellos, a través de las líneas editoriales. Yo cuando leo el diario sé perfectamente no lo que se está discutiendo en el Congreso, sino los temas que los medios de comunicación quieren poner. Y todos hemos visto el ataque. Puede estar a favor o en contra de la reforma tributaria y la reforma laboral. Uno sabía perfectamente qué medios escribían en contra y los pocos medios que podían escribir a favor. Entonces, la política hoy día en nuestro país está no solo en el Congreso y los partidos políticos, sino más bien en los medios de comunicación.

Y no cabe ninguna duda del daño que el dinero está produciendo. El dinero en Chile es un problema. Pero yo leo que una empresa brasileña ha puesto en coimas 4 mil millones de dólares. ¡Saben lo que son 4 mil millones de dólares en coimas! No coimas para ganar más, sino en la política contingente. Contaminó toda nuestra región esta empresa brasileña. Todos estaban metidos en el sistema. Entonces, no solo tenemos que ver una situación interna de nuestro país, sino también cómo regulamos los ingresos que provengan de afuera para contaminar y producir un daño interno en nuestro país.

Yo les traje a los presentes una ranita. ¿Quién sabe la fábula de la rana? La mayoría la sabe. Una rana y un escorpión están una al lado del otro y tienen que atravesar el río; y el escorpión, que tenía mucha facilidad de palabra, convence a la rana de que lo atraviese el río, y en la mitad del río el escorpión le entierra el aguijón y mata a la rana y mueren los dos. Entonces, yo asocio a la rana con la política y al escorpión con la plata. El que maneja el dinero, los recursos siempre en su naturaleza propia va a tratar de obtener más recursos de los que ha invertido, es por su propia naturaleza.

A mí me gustaría eso sí dar planteamientos de solución.

Yo creo que se hizo un gran esfuerzo creando la Alta Dirección Pública. Pero la Alta Dirección Pública está demasiado limitada, porque cada vez que hay cambios políticos se crea este botín de los cargos políticos. Entonces, esto hay que limitarlo de alguna. El otro día estaba leyendo el caso de Alemania, en que la Canciller puede nombrar creo que no más allá de 2 mil cargos políticos, y aquí, en Chile, creo que son 10 mil. Entonces, hay un espacio enorme para trabajar en esa área, para que cada vez que haya cambio de signos políticos no tengamos cambios de este botín que no lleva a nada. Lo ideal es que la persona que posee vocación de servicio público siga en los cargos públicos, si esa es su primera instancia. Entonces, fortalecer más la Alta Dirección Pública y que existan más cargos nombrados por este sistema.

Yo soy de la época -no hay muchos de esa época. En que en el colegio se estudiaba filosofía, educación cívica. Si realmente queremos colocar a la política en el nivel que corresponde, yo creo que tenemos que poner el acento allí. Si no hay educación cívica en los colegios, hay muy pocas personas que van a saber qué es la política de por sí, y más la filosofía, en mi opinión personal.

También me guastaría de alguna manera que los partidos políticos tomen como ejemplo lo que hacen los atletas. A los atletas, cuando se les descubre doping, les quitan todas las medallas, aunque haya sido un premio mundial. En Chile a veces suceden hechos que son bastante limitados, que dañan mucho a nuestra sociedad y no pasa absolutamente nada. Entonces, el concepto de este deporte que es tan rico en ese sentido yo creo que vale la pena que cuando sucedan estos hechos lamentables de alguna manera tomemos las medidas correctas.

Y me gustaría, sin ser demócrata cristiano, me gustaría referirme a las palabras de Radomiro Tomic en un libro que me enviaron. Es impresionante cómo visualizó la situación con tantos años de anticipación. Pensemos en que Tomic murió hace diez años o más. Y dice en una de sus partes: “El oportunismo político la transformará rápidamente en una feria de intereses personales, cuando no bastardos”. ¡Qué pensamiento de esa época! Escribe todo sobre una materia específica de la contaminación que tenía la política en ese momento. Y no nos dimos cuenta de que esas medidas deberíamos haberlas tomado hace bastantes años.

Mil gracias.

 

Rebeca Araya, Moderadora

 

A continuación intervendrá el Diputado Gonzalo Fuenzalida. Él es abogado; es Diputado del distrito 54, Los Lagos, Futrono, etcétera; egresó de la Pontificia Universidad Católica; está vinculado a los temas de seguridad ciudadana desde el 2010, y desde 2014 es Diputado.

 

Gonzalo Fuenzalida, Diputado de Renovación Nacional

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Agradezco esta invitación y felicito este esfuerzo que hicieron el Diputado Schilling y otros de hacer un estudio. Yo lo leí.

Deseo más que nada hacer una reflexión.

En el estudio se establece que lo valórico responde a lo que el ser humano valora y adhiere voluntariamente. Pero así como lo valora, también puede dejar de valorarlo.

Yo creo que ahí tenemos que centrarnos frente a esta discusión, sobre el valor, sobre lo que el ser humano valora.

Y yo pienso que en los órdenes imaginarios de esto, de la humanidad, las realidades que la gente percibe generalmente son objetivas y subjetivas.

Objetivo es lo que existe, independiente de las creencias o sentimiento de la gente. Por ejemplo, la gravedad. La gravedad existía antes de que Newton naciera, estaba ahí. Newton la descubre entre comillas, pero ya estaba. Es algo objetivo; la gravedad es objetiva.

Y la realidad subjetiva se refiere a la creencia y sentimientos humanos, y cuando la gente está convencida de algo la transforma en objetiva. Nadie dudaría, por ejemplo, de una familia que ayuna antes de recibir el sacramento de la comunión; y el hijo ayuna también porque el padre ayuna; están convencidos de eso.

Pero me parece que, además -y creo que eso es vital en esta discusión-, existe una realidad intersubjetiva, que pienso que es la que nos mueve hoy día en nuestros tiempos, que es la comunicación de muchos seres humanos. La comunicación intersubjetiva es ese tejido de los sentidos que se va tejiendo y destejiendo en la historia de la humanidad.

Al respecto, existen miles de ejemplos en la historia.

Si yo hoy día voy a comprar pan y le pago a la señora con dinero y ella me dice: “Yo ya no valoro el dinero, así que no le puedo vender pan a cambio de dinero”. Puedo ir al supermercado que está al lado y ahí entraré en un problema si la cajera me dice lo mismo, porque la verdad es que se perdió el valor del dinero.

Cito un hecho de la historia. La Unión Soviética deja de existir un día, en diciembre de 1991. Se juntan Rusia, Bielorrusia, Ucrania y dicen: “Miren, se acabó la Unión Soviética”, y ese día se acabó. O sea, una realidad que era objetiva, que la Unión Soviética existía, y que era objetiva y subjetiva, porque la gente creía y sentía que era el orden correcto y lo habían objetivado, deja de existir de un día para otro.

¿Por qué planteo esto? Porque pienso que hoy día lo que el ciudadano valoraba de la política se ha venido abajo.

Y quiero poner otro ejemplo que siempre me ha llamado la atención de la historia, sobre el tema de las cruzadas. Porque las cruzadas es bien loco, de alguna manera, si lo piensan. Por ejemplo, cuando Saladino en la batalla de Hattin conquista Jerusalén, y el Papa llama a la Tercera Cruzada. Entonces, uno se pone en los zapatos de un noble inglés, por ejemplo, que dice “Yo voy a ir a la cruzada”. Y uno se pregunta: “¿Por qué va a ir a la cruzada?”. Bueno, porque a través de la cruzada, si moría, se ganaba una trascendencia eterna y llegaba al Cielo. Seguramente, cuando lo mataban aparecían unos querubines, las arpas y todo el elemento celestial que lo subía al Cielo. Eso pensaba él. Pero lo pensaba porque él iba a una iglesia seguramente donde estaba la figura de Godofredo de Bouillon y el sacerdote hablaba y pregonaba sobre los efectos de la cruzada y lo importante para la trascendencia del alma en dar la vida. Y uno decía pero qué paradójico, porque en ese minuto matar o robar uno se iba al infierno, pero al matar musulmanes infieles uno se iba al Cielo. Y uno se pregunta por qué. Porque había una red de sentidos construida, había una realidad intersubjetiva en que ese fiel y ese noble inglés creía. Y de alguna manera hoy día seguramente ese mismo inglés se está inscribiendo en Amnistía Internacional para defender los derechos humanos de los refugiados en Siria. Y eso es lo paradójico, algo que se tejía como lógico ya no se teje.

¿Y cómo lo bajo eso hoy día acá?

Yo creo que de alguna manera el sentido que les daban a los políticos nuestras sociedades era un sentido superior. Y hoy día nos dimos cuenta de que los políticos son humanos. Porque no creo que la crisis sea de la política. Esa es mi tesis, no tienen por qué estar de acuerdo conmigo. Pero yo no creo que la crisis sea de la política, porque la política es una crisis. Los que estamos en política todo el día estamos en crisis. La política es un conflicto del fenómeno social, del problema social, del cambio social, y eso es un enfrentamiento, sobre ideas, sobre propuestas. Y ese enfrentamiento es crisis, es caótico. Por lo cual, si me dicen “Es que la política está en crisis”. La política siempre ha estado en crisis, crisis más aguda, crisis menos aguda. Pero había una realidad intersubjetiva que el ciudadano pensaba y creía que el político era una persona que no cometía errores. Yo siempre me he preguntado por qué existen las monarquías hasta el día de hoy.

Al respecto, recuerdo que en una pasantía en Cambridge le consulté a un inglés “¿Por qué ustedes todavía valoran la monarquía?”. Y él me dijo “Porque la monarquía es una misión sagrada”. “¿Cómo?”, le pregunté. Me dijo: “Claro, al monarca no lo unge el Parlamento, lo unge el arzobispo, le pone la corona, y representa algo, representa nobleza, representa deber, que ilumina a los demás, a los ciudadanos comunes”. O sea, es un estándar superior. Y yo no lo había pensado así. Y ahí me empecé a dar cuenta de por qué la monarquía inglesa, por ejemplo, y otras monarquías también, cuidan mucho la figura, la imagen del no equivocarse, de no cometer errores. Porque representan algo superior.

En nuestra realidad mundial, pero chilena también -nosotros no tenemos monarcas- los políticos eran, como en su título es, o se pensaba que eran, honorables, personas que no habían sido ungidas por un arzobispo, sino por la voluntad soberana, se les daba un mandato de representar, y como se les da un mandato de representar tenían que comportarse de manera superior. No es que se crean superiores y que tengan la primera fila, superior en cuanto a la conducta. Y yo creo que ahí está la crisis. Porque hoy día, con una revolución de la transparencia, de las redes sociales, de la imagen, donde tenemos acceso a todo, donde filmamos con un celular y subimos a las redes y en minutos se sabe si un intendente se comió los mocos o no se comió los mocos en una clínica -a ese nivel se puede llegar-, uno dice la verdad es que la crisis está ahí, porque los que estamos en política no somos perfectos, somos humanos, y cometemos errores, y nos filman y nos suben a las redes. Entonces, la gente señala: “Bueno, a quien yo voté para darle el mandato, para que me representara, es una persona que parece que no es tan superior, es humana, es humana y es igual a mí. Y si es igual a mí, entonces por qué tiene privilegios; si es igual a mí por qué no se sienta en la mesa conmigo y come conmigo; por qué no me atiende cuando yo lo llamo, si es igual a mí, porque se equivoca igual que yo”.

Yo creo que ahí está la crisis. Pero es una crisis que de alguna manera la respuesta la tiene que dar la misma historia. Porque respecto de esa realidad intersubjetiva de alguna manera se rompió el tejido, y de alguna manera estamos construyendo otra realidad intersubjetiva, donde el político seguramente va a tener otro rol. Y en un par de años más alguien va a decir: “Pero cómo le llamaban ‘honorable’ a los políticos, por qué tenían una categoría distinta”. La respuesta hoy día no la sé. Pero lo que tengo claro es que hoy día esta realidad intersubjetiva nuestra, de la comunicación entre los humanos que se fue tejiendo, está cambiando. Y quienes estamos en esto, mientras estemos en esto, obviamente debemos tener claro que cuando somos elegidos importa mucho lo que hagamos, pasamos a ser públicos, y todo lo que hagamos o no hagamos es cuestionable y toda la conducta que realicemos va a ser observada, va a ser criticada, va a ser alabada. Pero de alguna manera eso es lo que espera un ciudadano y por lo cual nosotros tenemos que comportarnos a esa altura. Y eso yo creo que no está en la lógica de todos los que hoy día son políticos. Yo veo que hay ausencia de eso muchas veces.

Siempre que voy a terreno me hablan de los políticos y yo les digo “Bueno, pero son 120 Diputados, son 38 Senadores. Algunos han tenido problemas judiciales; otros han tenido problemas de otra índole. Pero no son todos; cada uno es una individualidad”. Pero la imagen que tiene el ciudadano es de todos. Y por eso mismo yo creo que ahí tenemos el gran desafío de cómo se va a construir esta intersubjetividad, esta comunicación nuevamente, que no se logra contratando una agencia de comunicaciones que nos diga qué tenemos que hacer, porque muchos dicen “Contratemos una agencia de comunicaciones que nos diga qué tenemos que hacer para mejorar la imagen”. Ahí no está el tema. El tema de alguna manera es una comunicación que se va entretejiendo y que de alguna manera tiene que ir también creando conciencia en los que están dispuestos a meterse en esto que tiene mucho costo -y los sabemos los que estamos metidos en esto, y los que están metidos hace mucho tiempo también, más que yo-, que uno deja de ser privado y pasa a ser público, y al ser público tiene una serie de cosas buenas, pero también tiene cosas malas, y una serie de desafíos que uno ha de tener claro que debe afrontar. No basta solamente ganar votos. Implica algo más, implica que uno, como dijo este inglés -sin tratar de que uno sea rey-, de alguna manera encarna algo que el ciudadano necesita. Necesita ese liderazgo, necesita esa guía. Por eso es muy importante la conducta que tengamos nosotros en el futuro.

Gracias.

 

Rebeca Araya, Moderadora

 

Si debo reducir a un mínimo lo que nos planteó Roberto Fantuzzi hace un rato, él lo redujo a la fábula del escorpión y la rana, y nos dejó un regalo.  En definitiva, el escorpión, a pesar de que va navegando sobre la espalda de la rana, en algún minuto la pica, la mata y se muere. Y la explicación que le da a la rana es “no pude evitarlo, es mi naturaleza”. El dinero, si siguiéramos la lógica de Roberto Fantuzzi, en la naturaleza del dinero está el afectar la política.

Y en un intento de sintetizar lo que Gonzalo Fuenzalida nos ha planteado, él nos lleva a mirar dos cosas. Por una parte, la intersubjetividad que funciona en las relaciones de comunicación humana: no todo lo que decimos es todo lo que cabe decir ni tampoco lo que entendemos. Los especialistas lo llaman la selectividad de la percepción. Nos llama la atención sobre la fragilidad de lo humano. Los humanos somos frágiles, dice él, y el tema es que cuando tú eres político tienes una responsabilidad frente al colectivo de la cual te debes hacer cargo.

A continuación intervendrá el obispo Emiliano Soto. Leyendo sobre el obispo me llamó la atención una crónica que está publicada en el portal ANAJNU, que es un portal judío. Ellos dicen, presentando al pastor Soto, que hay dos vertientes para mirarlo. Por un lado, dicen ellos, es un pastor evangélico, un hombre de fe y de alta convocatoria. Y, por otra parte, señalan que es un operador político muy influyente. Sostienen que es percibido de las dos maneras. En el portal se menciona que él preside la mesa ampliada de la UNE- Chile, donde hay 3 mil 500 denominaciones, 18 mil pastores. Y en esta nota, que me llamó tanto la atención, el pastor le pregunta al periodista “¿Cuántos son los votos palestinos?”. El periodista responde: “Trescientos mil”. Y entonces él, socarronamente, le responde: “Nosotros tenemos un millón”. Así perfila un periodista judío al pastor.

 

Emiliano Soto, obispo Iglesia evangélica

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Muchas gracias por la presentación. No sé si me ayuda, pero de todas maneras agradezco la presentación.

Agradezco inicialmente esta convocatoria, esta invitación a participar en este importante seminario de la crisis valórica en la política, sus causas y también las propuestas de superación.

Siempre, lógicamente, desde nuestra particular perspectiva, tenemos una mirada también crítica con respecto a lo que es nuestro sistema político.

Y con respecto a aquello a lo que hemos sido convocados, entendemos que la ética pública no se refiere exclusivamente a la búsqueda del bien y esencialmente a la práctica de este, como sostenía Sócrates, sino que específicamente se refiere al uso del poder político de quienes administran el Estado.

En consecuencia, creo que entendemos la ética pública como los principios y comportamientos de los políticos, los funcionarios públicos y también los ciudadanos en relación con la forma como manejan especialmente los recursos que la sociedad reúne para cumplir los fines sociales que toda nación tiene. Y en la medida que los recursos mencionados se desvían hacia fines particulares, contradiciendo las finalidades sociales que les habían sido asignadas, estamos en presencia de la corrupción, que es la negación de la ética pública.

A nivel ciudadano, creemos que es corrupción cuando alguien sube al Transantiago y no paga. Y ahí hay una muestra de lo que es corrupción. Como también el caso del máximo personaje que pueda ostentar la dirección pública o tal vez estar en una posición de autoridad máxima en una nación y también está desviando recursos de una manera equivocada.

En Chile la Comisión Nacional de la Ética Pública lo definió así: “Hay corrupción cuando un agente público, en el ejercicio de las funciones que le atribuyen la legislación vigente y a través de las mismas consigue un beneficio privado, que puede ser monetario o de otra naturaleza”. La Comisión Nacional de Ética Pública el año 1994 lo mencionaba de esta manera.

Para nosotros, desde la perspectiva cristiana, evangélica, protestante, tal vez un solo versículo nos debería remover nuestras conciencias: “La raíz de todos los males es el amor al dinero”. Y un solo ejemplo: la actitud que tuvo Caín hace miles de años con su hermano Abel, cuando por sola ambición, por sola codicia, por solo egoísmo hacia su hermano, lo asesinó.

Y es la historia, por cierto, desde los albores del protestantismo, a principios del siglo XVI. Era un proceso de corrupción de un sector religioso de todos conocido, importante, como era la propia gente de la Iglesia, el que produjo uno de los sismas tal vez más grandes dentro del contexto religioso. Todos sabemos que el nacimiento del protestantismo es a través de un hombre llamado Martín Lutero, que coloca 95 tesis en la iglesia de Wittenberg, en Alemania, precisamente por el concepto de la corrupción al interior de la Iglesia profesante, y que produjo, lamentablemente, la destrucción de un concepto religioso que hasta ese momento se manejaba. Los padres de este movimiento protestante, reformista, planteaban la tesis de que solo la fe en Dios hace justo a los hombres. La fe en una persona llamada Jesucristo nos preserva de la tentación tan propia de lo religioso de replegarse en la intimidad y lo privado y lo espiritual desentendiéndose muchas veces de lo social, lo público y lo corporal.

Los evangélicos no podemos mantener nuestro silencio frente a una realidad corrupta de estos tiempos. Por eso nuestros pronunciamientos han sido con respecto al tema de las AFP en Chile o de un tema de lo que pudiésemos entender que no está bien llevado, como ya se han pronunciado tanto el señor Fantuzzi como el Honorable Diputado Fuenzalida, de situaciones que se dan dentro de la realidad y que sin duda una Iglesia que calla otorga lo que la otra persona está planteando. Una Iglesia no puede callar, porque sería un silencio culpable, y eso nosotros lo llamamos pecado de omisión.

La corrupción está en las diferentes áreas, tanto espiritual, moral, política, económica y social de los hombres, por la sencilla razón de que la condición humana es una sola pieza. Todos somos culpables. Todos tenemos participación en esta convocatoria de la corrupción. No es solamente el poder político, sino que cada ciudadano, cada hombre y cada mujer que estamos sobre el escenario de esta tierra tenemos una particular responsabilidad, que es importante tomarla en cuenta para asumir y ver de qué manera podemos colaborar en una respuesta o en un aporte a lo que se está planteando.

La fe no solo nos dirige hacia el amor. Tiene también implicaciones sociales, además de profundas consecuencias políticas, pues es una fe que busca esta palabra que yo creo que va a contrarrestar la corrupción: la fe busca la justicia, el mayor bien posible para todos y todas en un mundo en que los postergados son esencialmente la mayoría. Muy pocos privilegiados y muchos postergados. En este sentido, vemos que la crisis de la política tiene un fundamento en que precisamente nos hemos apartado o desviado de lo que aparece reflejado como un valor superlativo en el actuar cristiano: el jugarnos por entero para hacer política en favor principalmente de las personas con mayor carencia, con mayor necesidad en la sociedad. Este es un criterio de universalidad, pues solo el bien de los más débiles garantiza el bien común, no es de otra forma. Una exigencia política de incluir a los excluidos, de luchar por su liberación y de hacer de nuestra patria, que sigue siendo una comunidad de desigualdad, una tierra -anhelamos- menos segregada, menos sectaria y menos clasista.

La crisis de la política es reflejo de haber descuidado el necesario estímulo a la construcción de vínculos reales. Los procesos de mercantilización, despolitización e individualismo -como ya se ha hablado anteriormente-, violación de los derechos de las personas, la perversión del derecho, la insaciable codicia de algunos y que acompañan esta posmodernidad están contribuyendo a la disolución de nuestras comunidades históricas. -así lo veíamos con el caso del pueblo mapuche-, en sociedades sin atributo, pérdida de identidad, sin peculiaridades culturales. Las identidades particulares surgen del reconocimiento de vínculos que son solo posibles si los sujetos se reconocen por su pertenencia a una realidad que les antecede. La vida en la sociedad supone la existencia de comunidades o asociaciones que reconocen a sus miembros y les otorgan identidad y pertenencia.

Como sociedad, hemos abandonado una serie de ideales de excelencia y propuestas de felicidad para las personas y las comunidades. La crisis política que nos aqueja es fruto del ensalzamiento a ultranza de los principios del liberalismo, que relega estos asuntos al plano privado, pues en el público solo podemos acortar procedimientos…

Y el cristianismo pregona que las personas deben tener vida nueva y abundante en todos los planos, en el personal, el político, el social, el sexual, el familiar, el económico, el religioso. Es por ello que el político cristiano no puede aducir neutralidad en materias tan fundamentales ni intentar imponerse por medios que prescindan del debate democrático. Esto vale tanto para las cuestionadas llamadas valóricas, como para las ecológicas, sociales, culturales y de orden.

El problema último del hombre no es solo que no practique la justicia. El problema fundamental es de carácter antropológico: su corazón es injusto, tiende al mal, es perverso. Hubo un profeta que dijo lo siguiente: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso. ¿Quién lo conocerá?”. El ser humano no solo hace el mal, sino que además está herido en su centro más personal, en su corazón. Es un ser deficitario de justicia, de una justicia propia, y abriga un potencial de maldad absolutamente incalculable. Se requiere la transformación del hombre que busca justicia. Por eso, para nosotros, los creyentes, la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: “Mas el justo, por la fe, vivirá”.

Muchas gracias.

 

Rebeca Araya, Moderadora

 

Nuestra última panelista es la Presidenta de la FEUC, Sofía Barahona. Asumió en diciembre de 2016. Representa a la NAU (Nueva Acción Universitaria), que ha ocupado un rol muy relevante y ha entrado y salido de la directiva de la FEUC. Y hay dos cosas que me llamaron la atención de las entrevistas que he leído de Sofía.

En primer lugar, ella en el portal web de la Pontificia Universidad Católica dice: “Sobre si la Pontificia Universidad Católica es una universidad con vocación pública, lo es, en la medida que su catolicismo no sea límite sino motor para abrirse a las necesidades de la sociedad”. Me llama la atención esa afirmación particularmente porque de algún modo empata con lo que nos acaba de plantear el pastor, en términos de poder tu fe en acción en la vida cotidiana.

Y lo segundo, que podría ser larguísimo en realidad, pero me voy a quedar solo con una observación, porque creo que es interesante conocer su posición. Ella señala que la reforma educacional es altamente insuficiente y que hay que ver de qué modo actuar para que los próximos candidatos a Presidente incluyan las demandas que la ciudadanía ha exigido. Esto lo señaló a Teletrece Radio, entre otros medios, y creo que es relevante plantearlo justamente cuando lo que nos estamos preguntando es si existe una crisis de valores en la política, cuáles son sus causas, cuáles son sus consecuencias, particularmente considerando que el actual Gobierno asume su rol generando una expectativa que Sofía Barahona cuestiona.

Ella está en el College de Ciencias Sociales. Terminó y ahora está con ustedes.

 

Sofía Barahona, Presidenta de la FEUC

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Muchas gracias por la presentación y gracias también por la invitación a exponer en este seminario, sobre todo porque creo que el cuestionamiento es bastante importante en el mundo estudiantil, en el mundo de la juventud, sin ofender aquí a los otros expositores. Y también como mujer me parece importante que seamos capaces de cuestionar cuál es el rol que estamos teniendo actualmente en el mundo político.

Yo soy bastante estructurada, entonces, al preparar lo que iba a decir en este espacio leí bien la pregunta y su contenido. Es: “¿Existe la crisis de valores en la política? Sus causas y consecuencias”.

Y yo creo que sin duda existe actualmente una crisis valórica en la política. Y esta se manifiesta ya en distintos aspectos y en distintas instancias.

Yo pienso que la que más nos chocó quizás a las personas que creemos en la política como una herramienta de transformación fue la poca participación formal que ha habido en las últimas elecciones, y particularmente en las elecciones del año pasado, donde solamente el 34 por ciento de las personas que estaban habilitadas para votar asistió a las urnas a definir quiénes iban a liderar los distintos espacios.

Y es preocupante también, porque es un llamado de atención no solo para aquellos que quieren representar, para los que están acá -Diputados, Senadores, Alcaldes-, que participan de la política más bien institucional, sino que también para todos aquellos que creemos en potenciar la discusión política y el encuentro con el otro. Al final yo creo que acá lo más importante de entender es que la política no es únicamente la que se desarrolla en estos espacios, sino que la política es toda aquella actividad de encuentro y de debate público, de debate de ideas.

Otra forma de manifestación de esta crisis política que estamos viviendo es el rechazo público hacia lo político. A mí me pasó bastante durante las elecciones a la federación, en que incluso mi familia me decía: “Oye, por qué te estás metiendo en eso, si todos los políticos son corruptos y tú vas a caer al igual que todos ellos cayeron”. Y es preocupante, porque justamente la crisis política que estamos viviendo actualmente es una de las motivaciones que a lo menos creo yo los jóvenes tenemos para participar en política, porque creemos que la responsabilidad es tan grande que es importante también cambiar la sensación que tiene la gente y cambiar el propio comportamiento que tienen los políticos o que han tenido los políticos durante el último tiempo, o quizás que se ha visto durante el último tiempo.

Y por último, otra cosa que a mí me parece preocupante y que manifiesta también esta crisis valórica en la política es la pérdida de confianza en las instituciones. Leía, por ejemplo, en la encuesta Bicentenario UC-Adimark del 2016 que el 77 por ciento de los encuestados no confía en el Gobierno, una amplia mayoría; el 91 por ciento de los encuestados no confía en los parlamentarios, que son los parlamentarios que ellos mismos eligieron; y, por último, el 93 por ciento no confía en los partidos políticos, partidos políticos que han tenido un rol importantísimo también en el desarrollo de nuestro país, y que también muchas veces han sido responsables de ciertos períodos bastante duros que hemos vivido como sociedad.

Y otra forma de manifestación de esta misma crisis es la explosión de los distintos movimientos sociales, que hablan también de una disconformidad más o menos generalizada con el sistema económico que estamos viviendo actualmente, el sistema social, el sistema político. Partió con el movimiento estudiantil en el 2006, en el 2011 también. Pero ahora vemos que está bastante generalizado. O sea, tenemos movimientos sociales por la lucha feminista; tenemos movimientos sociales por un nuevo sistema de pensiones; tenemos movimientos sociales ambientalistas. Y eso habla también de un problema que no solamente ataca un sector de la sociedad, sino que abarca la mayoría, diría yo. Y es sumamente preocupante que esto pase y es importante que nos cuestionemos también qué es lo que provoca esto, por qué actualmente la gente no cree en nosotros, y digo “nosotros” porque yo también me siento parte de estos políticos, aunque no sea Diputada ni Senadora.

Lo que uno tiende a pensar como razón principal se refiere a los casos de corrupción. Si yo le pregunto a cualquier persona de la calle qué es lo que provoca que ahora no se crea en los políticos: “No, es que todos son chantas, velan por sus intereses particulares más que por el interés general”. Y sí, efectivamente, yo creo que esa es una de las causas de la situación que estamos viviendo actualmente.

Pero yo creo que también es quedarse corto el decir que eso es lo principal que ha ocurrido, porque la mayor explosión de estos casos de corrupción fue hace dos, tres años. Y, sin embargo, la decadencia en la participación política ya lleva aproximadamente una década. Entonces, claro, eso obviamente es un antecedente, pero no es lo único que ha provocado esta crisis política.

Y otra de las cosas que yo creo que inciden en la situación que estamos viviendo actualmente es el desapego que existe entre la clase política y la ciudadanía. ¿Por qué? Porque también hubo un período de nuestra historia en el que, primero, no existía la posibilidad de hacer política, porque estábamos bajo la dictadura, pero con posterioridad a eso se empezó a generalizar la creencia de que solamente algunos podían hacer política o solamente algunos podían proponer cosas: la gente que sabía, los técnicos. ¿Pero qué pasó con el resto, que no llega a ser experto en algún tema y que sí debe tener una clase de participación y debe tener una voz para expresar también cuál es el modelo de sociedad que queremos? Eso se ha quedado totalmente de lado en la actualidad. Yo creo que ha ido cambiando en las nuevas generaciones. Pero incluso las que son un poquito mayores que mi generación siguen creyendo que son solo algunos los que tienen que definir el desarrollo del país. Mi mismo hermano, a quien quiero mucho pero tenemos muchas diferencias, me decía el otro día, cuando íbamos en el bus hacia Rancagua -yo soy de allí-: “Pero, Sofía, si obviamente tienen que ser aquellas personas que saben, que han estudiado los que definan el camino que va a tomar el país”. ¿Pero qué pasa si el resto de las personas que no somos tan expertos pensamos totalmente distinto a los técnicos? ¿Acaso ellos tienen más derecho que nosotros a definir el desarrollo del país? Yo creo que no. Obviamente que no, si nosotros somos los que vivimos día a día lo que está pasando en nuestro país.

Y por último, y esta es una teoría que a mí por lo menos me llamó mucho la atención en toda esta reflexión, es que nosotros, los jóvenes, que efectivamente tenemos una menor participación institucional, por así decirlo, en la política, no estamos participando porque somos hijos de la democracia. O sea, los de mi generación nacimos después de los noventa, y, en ese sentido, nunca conocimos lo que era no tener democracia. Lo damos por sentado. Y quizás al darlo por sentado también nos dejamos de cuestionar un poco cuál es la razón o cuál es la capacidad que nosotros deberíamos tener para incidir en ella, si igual va a estar. Eso es lo que a lo menos nosotros creemos. Pero a mí me preocupa que cómo está el contexto no solamente a nivel nacional, sino que a nivel internacional, eso vaya a decantar en algo muy distinto de lo que estamos teniendo ahora, que es nuestra democracia, que tiene falencias, pero es democracia al final.

Y creo también en ese sentido que por lo menos yo y los estudiantes de la Universidad Católica hemos sido de cierta manera privilegiados porque se da una situación que es ajena a lo que pasa en el resto de las universidades o instituciones de educación superior, que es que existe una participación activa política muy grande, existe un espectro político de discusión que va desde la ultraderecha hasta la izquierda, no tan ultra, sería falso decirlo. Pero existe un plano político muy amplio. Y, en ese sentido, tenemos la capacidad de debatir ideas que son contrarias. Pero eso no pasa en general en el resto de las universidades. De hecho, en la mayoría se hacen grandes esfuerzos para ser capaces de alcanzar los quórums de votación en las elecciones. Y eso también es una responsabilidad que los mismos dirigentes políticos universitarios, que somos jóvenes y recién nos estamos iniciando en esto, tenemos. O sea, ser capaces de transmitir la importancia de la participación en nuestros mismos espacios. Ese es un desafío que deberíamos tener todos.

Y ahora bien, ¿cuáles son las consecuencias de la crisis política que estamos viviendo actualmente?

Y existen las consecuencias que les mencioné anteriormente, que son en el corto plazo: la poca participación formal en la política, el rechazo a la clase política a nivel público, la pérdida de confianza en las instituciones y también la explosión de los movimientos sociales.

Sin embargo, creo que existen otras consecuencias que se pueden dar en el largo plazo y que son mucho peores, que es la crisis de la democracia en general, o sea, que terminemos de tener una democracia tal como la conocemos. Por lo menos a mí me parecería terrible. Porque podemos otras formas de gobierno, pero a mí no me gustaría tener un tirano o un dictador. No de nuevo por lo menos. Y esto lamentablemente es algo que no solamente está afectando a nuestro país, sino que también se ha visto alrededor del mundo. En Latinoamérica tenemos distintos casos: Petrobrás en Brasil; los Panama Papers, que afectaron a todo el mundo; los sobornos de la constructora Odebrecht en Latinoamérica. Son muchísimos los casos.

La pérdida de confianza que nos afecta actualmente ha llevado a que en distintos países distintas personalidades hayan tratado de canalizar este descontento social. Donald Trump es el mejor ejemplo de todo esto, y espero que acá a ninguno le guste tanto el cómo él plantea sus ideas políticas. Y eso es porque aquellos que están llamados a representar a la ciudadanía, lamentablemente, dejaron de hacerlo hace mucho tiempo. Y ahí tenemos un desafío importante: cómo volvemos a hacerlo. Yo no estoy acá para dar certezas ni soluciones concretas, pero sí para quizás generar una reflexión importante desde lo que yo he vivido y desde el mundo estudiantil.

Y, en ese sentido, quisiera plantear dos desafíos.

El primero es que el otro panel pueda encontrar soluciones a este problema que estamos viviendo. Ahí les dejo la responsabilidad a los que les toca.

Y el segundo es que yo creo que todos aquellos que estamos en este lugar hemos tenido quizás la fortuna, la suerte de poder estar en este lugar y tener tiempo para estar cuestionándonos cuál es la crisis que estamos viviendo. Pero piesno que es un poco insuficiente, quizás inútil el que nos quedemos pensando entre nosotros solamente cómo solucionarlo si no somos capaces también de transmitir estas ideas y de generar el mismo debate en los otros aspectos ajenos a lo político o a la acción política. Es necesario que seamos capaces de transmitir, por mi parte por lo menos en el mundo estudiantil, también en las distintas comunas, juntas de vecinos. Es decir, yo creo si solamente nosotros, que estamos en este mundo, nos cuestionamos, probablemente no vayamos a encontrar una solución muy concreta y es necesario también abrir la discusión a los distintos espacios que representamos.

Gracias.

 

Rebeca Araya, Moderadora

 

Para hacer una síntesis de lo que hemos conversado con los dos últimos panelistas, el pastor Emiliano Soto básicamente me parece que a lo que nos convocó fue a establecer la relación entre la ética pública y la fe y entre la conducta ciudadana y los principios que regulan el comportamiento de los funcionarios públicos. Él estableció y reflexionó mucho sobre el rol de los evangélicos al cautelar los valores de su fe en la sociedad y señaló una frase muy conocida, que yo creo que es bueno mantener en este panel, que pregunta si existe o no crisis de valores en la política: “El que calla otorga”.

Y Sofía Barahona nos invitó a reflexionar sobre el rol de los jóvenes en la convocatoria al debate público, sobre el tema de la pérdida de la confianza en las instituciones, la democracia para quienes no vivieron su pérdida y el riesgo de perder la democracia si no abordamos la crisis

rebeca araya
roberto fantuzzi
gonzalo fuenzalida
emiliano soto
sofia barahona

PANEL 3: ¿CÓMO SALIR DE LA CRISIS? PROPUESTAS PARA UNA SALIDA

 

Marcelo Schilling, Moderador

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenas tardes.

Me toca moderar esta parte del seminario.

Afortunadamente, los participantes, al igual que los anteriores, me ahorran toda necesidad de presentación.

Mario Aguilar viene de ser elegido en el Colegio de Profesores como Presidente.

El Diputado Jaime Bellolio es bien conocido por su participación en el Congreso y en los debates sobre la reforma educacional.

Para qué voy a hablar de Gabriel Boric, que es más popular que muchos de larga trayectoria. Yo soy un admirador de él.

Y Ximena Abogabir, que tiene una larga trayectoria en la Casa de la Paz y se encuentra relacionada con problemas de ecología, medioambientales y sobre todo humanos.

 

Ximena Abogabir, Casa de la Paz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En primer lugar, quiero felicitar a quienes convocaron y a quienes hicieron posible este evento, porque creo que es sumamente oportuno desde la perspectiva del momento que como humanidad estamos viviendo.

Los valores en la política siempre son algo que históricamente se valora, valga la redundancia. Sin embargo, en lo que hoy día estamos llamando como una crisis civilizatoria como la que estamos viviendo, creo que esto adquiere una relevancia adicional.

Porque a mí lo que se me ocurre es que el proceso que estamos comenzando a vivir más se parece a la travesía por el desierto, y me trae al pensamiento a Moisés y sus dos piedras, en el sentido de que tenemos que reinventar la manera de relacionarnos. Por lo tanto, si no estamos convencidos de que quienes nos están conduciendo por esta travesía, que viene llena de malas noticias, por lo que hay que dejar atrás y por lo que hay que asumir hacia adelante con dolor, mal los vamos a seguir. No estoy diciendo que nuestro mundo político tiene que parecerse a Moisés y su fortaleza, pero sí por lo menos transmitirnos esa coherencia a quienes los estamos siguiendo, de tal manera de que adhiramos a las medidas que tenemos que adoptar.

Puede sonar un poquito como terrible lo que estoy diciendo, pero creo que estas imágenes de la crisis migratoria de Siria justifican lo que estoy señalando, la imagen del niño en la playa, la imagen del barco dado vuelta y los tripulantes cayéndose. Creo que eso habla de que el tipo de liderazgo que necesitamos hoy día ciertamente es más que la coherencia habitual, porque tenemos que asumir momentos tan dolorosos.

Solamente, para justificar lo que estoy diciendo, tres cosas que tenemos que cambiar.

Uno, a los sobreconsumidores, que posiblemente somos todos los que estamos en esta sala, tenemos que decirnos que disminuyamos nuestra huella ambiental sin tal vez disminuir del todo el índice de desarrollo humano. Y a los subconsumidores tenemos que hacer todo lo contrario: cómo ellos aumentan su indicador de desarrollo humano sin aumentar la huella ambiental. Gran desafío, cierto, de disciplina, de creatividad y de valores.

Segundo, hay que limitar la concentración del poder económico. Yo creo que esto es algo que internacionalmente está ocurriendo, no es solamente una maldición chilena, pero claramente es algo que nos lleva a un camino sin salida en cuanto a la equidad y a la justicia.

Finalmente, también hay ámbitos en los cuales es fundamental limitar la propiedad privada, algo que suena como a garabato en ciertos mundos. Sin embargo, solo para mencionar un ejemplo, el derecho al agua evidentemente no puede quedar en manos simplemente del mercado.

Entonces, reformas tan profundas y tan afectadoras a lo que la mayoría o muchas personas piensan y aspiran evidentemente requieren un estilo de conducción que a su vez amerite la confianza, la credibilidad de quienes tenemos que adoptar esos cambios.

¿Qué tipo de salidas? Como bien se dijo en la mañana, no hay bala de plata. Evidentemente, es altamente complejo.

Entonces, yo he seleccionado tres puntos.

Uno, la importancia de recuperar la democracia en serio. Para mí una democracia que es distinta para gentes de las élites y para las grandes mayorías que no pertenecen a ese grupo privilegiado sin duda no merece llamarse democracia. Y es algo que estamos viendo a cada rato. Lo mismo, respecto del tratamiento de los medios de comunicación, que tratan la dignidad de las personas con patrones totalmente distintos. Entonces, necesitamos democracia en serio y justicia e igualdad para todos.

Segundo, un tema que de alguna manera ya se ha tocado, un umbral nítido entre la política y los poderes fácticos, especialmente el dinero, los medios de comunicación.

También se ha tocado la necesidad de detener la rotación y la reelección de los cargos públicos, en que hoy día el Estado aparece más bien como una agencia de empleos de calidad en vez de un espacio privilegiado de servicio público.

La necesidad de coherencia entre el discurso y la acción. Nosotros vemos en ciertos debates, por ejemplo, estoy pensando en los educacionales o en los valóricos, en que claramente uno percibe que esa coherencia no existe, y al no haber coherencia evidentemente se pierde la credibilidad.

La necesidad de recuperar el valor de los acuerdos, acuerdos no del cincuenta más uno, como decía el lonco de Pedro Cayuqueo, sino ese acuerdo con los cuales todos podemos convivir, no porque obtuvimos todo a lo que aspirábamos, sino que como colectivo estamos mejor con el acuerdo que sin él. Por supuesto, como se decía al principio, moviendo el umbral de lo posible para incorporar lo deseable.

Un segundo punto clave me parece para salir de esta crisis es algo que también se ha mencionado anteriormente, que es cómo recuperar el sentido de lo colectivo y salir de este individualismo que nos ha impregnado más allá de lo imaginable, como si nosotros pudiésemos navegar en esta nave espacial llamada Tierra con un destino distinto al colectivo. Estoy imaginándome el caso de Inglaterra, que tuvo la ilusión con el brexit de que su destino era distinto del resto del mundo. Eso me parece que claramente es algo que tenemos que ver cómo abordar. Alguien dijo “hoy día no soy un espectador, somos muchos y muy diferentes”. Por lo tanto, es una tremenda responsabilidad para los pilotos.

Y tercer punto, que no puedo dejar de mencionar, es la necesidad de construir espacios de participación que permitan reflexionar colectivamente sobre lo público, poniéndonos de acuerdo en los principios y en cómo nos vamos a poner de acuerdo cuando enfrentemos las legítimas diferencias. Creo que tenemos que bajar las decisiones a los territorios. Pienso que el 2011 aprendimos de un nuevo estilo de liderazgo que compartieron con nosotros los estudiantes, que eran rotativos y horizontales. Creo que eso se aparta del tipo de liderazgo que vivió nuestra generación. En ese sentido, creo que el tipo de liderazgo que necesitamos hoy día es más el del director de orquesta, que es capaz no de hacer un solo, sino que más bien de poner a tocar en armonía distintos instrumentos porque todos ellos confían en su dirección.

Y para cerrar, lo que a mí me parece fundamental: la necesidad de abandonar el escepticismo. El escepticismo nos vuelve cínicos, nos paraliza, no sirve. Creo que hay que hacer un esfuerzo consciente de focalizar los brotes verdes, porque así como uno ve la foto de los migrantes también hay tantas otras fotos de imágenes de cosas nuevas que están emergiendo y que me parece que al poner la atención ahí de alguna manera los estamos potenciando. Yo tuve la suerte de vivir generacionalmente la caída del Muro de Berlín, el fin del apartheid. Por lo tanto, sé que estos cambios civilizatorios profundos, inimaginables sí son posibles, dando lugar a formatos más inclusivos, más empáticos con todos los que están involucrados, para lo cual necesitamos abandonar la polarización casi enfermiza que estamos viviendo en todos los temas. Necesitamos también liberar esta inteligencia colectiva que sabe regularse entre sí y buscar con formatos también más humanos entendimientos económicos.

Creo que están pasando cosas asombrosas de las cuales no nos estamos dando cuenta, que es lo que a mí me permiten vislumbrar ya la era de la colaboración. Lo estamos viendo a través de las tecnologías, en ejercicios como Wikipedia, como Waze, como Anonymous, como Panama Papers, pero también a lo que se llama la confianza distribuida. ¿Quién se pudo imaginar que el modelo de RB&B podría funcionar, que uno dejara a un desconocido no solamente entrar a su casa, sino que dormir en su casa? O compartir el auto -estoy pensando en Uber- de alguien que yo no sé si hizo la revisión técnica, cómo son sus neumáticos, etcétera. Por lo tanto, creo que están pasando cosas asombrosas. Y, en consecuencia, hoy día tenemos que buscar el antídoto al “Que se vayan todos” de los indignados del año 2011, de tal manera de poder recuperar aquellos valores que nos caracterizaron. ¿Por qué? Porque nos están gobernando y nos están dirigiendo los mejores.

 

Mario Aguilar, Presidente del Colegio de Profesores

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenas tardes.

Quiero partir con un ejemplo respecto al tema que nos convoca en esta mesa.

En medio del paro por la carrera docente que tuvimos hace un tiempo los profesores, yo fui invitado al programa Estado Nacional, en un domingo, y el día martes nosotros teníamos una consulta para someter a la aprobación de los profesores si el paro continuaba o no. Estaba programado así. Entonces, el conductor del programa me pregunta casi al finalizar: “Ustedes tienen una consulta el martes, pero cuál es su opinión del paro, ¿sigue o no sigue?”. Entonces, yo le digo: “Tenemos la consulta el martes, eso lo va a decidir”. “No, está bien -dice-, tienen consulta el martes, pero usted qué opina, usted qué dice”. Y el implícito de su pregunta era: “La consulta es un trámite; lo que importa es lo que usted diga y lo que usted señale”. Entonces, yo le cuestioné eso y le señalé: “Discúlpeme, el implícito de su pregunta es como que la consulta fuera un mero trámite, y para nosotros no es un trámite, es de verdad la consulta. Si la consulta señala que el paro sigue, nosotros nos ponemos y seguimos a la cabeza de la lucha por lo que estamos peleando en ese paro. Si la consulta señala que el paro se depone, nosotros inmediatamente implementamos esa decisión. No es un mero trámite para nosotros esa consulta, es de verdad”. Y yo me quedé con la sensación de que no me creyó el periodista, porque me volvió a insistir: “Ya, pero usted qué dice”. Respondí: “Yo digo lo que diga la consulta. Discúlpeme, yo voy a decir lo que diga la consulta. Eso es lo que corresponde”.

¿Por qué hago mención de ello? Porque el viejo formato señala que los líderes conducen, dirigen desde arriba, dan pautas a la masa. Y si nosotros pensamos que el tema de esta mesa es alternativas, salidas frente a la crisis, yo creo que hay que empezar a reflexionar respecto de cuáles son los viejos formatos, los viejos procedimientos, las viejas formas que ya no van, que murieron.

Y quiero señalar que en la anterior mesa la exposición del profesor Manuel Antonio Garretón me pareció brillante o un excelente aporte la altura que le puso al tema para verlo como un problema global, una crisis de civilización, una crisis paradigmática, que es más de fondo y que no es un tema puntual de un parlamentario más, de un parlamentario menos, de un político más o un político menos. Es mucho más de fondo y es mucho más constitutivo lo que está pasando en el mundo.

El estudio que nos entregaron nos da datos importantes. Me pareció muy interesante el estudio. Me habría gustado que viniera aquí cuál fue la metodología, cómo se llega a las conclusiones a las que se arribó. Supongo que habrá un documento más completo que lo pueda mostrar, porque creo que es interesante. Pero señala algunos elementos: falta de coherencia, crisis de los valores propios del quehacer político, crisis de liderazgo, aparición de conductas reñidas con la ética, pérdidas de los referentes ideológicos, pérdida del valor de las ideas, pérdida de la centralidad de la política, herencia de la dictadura, aparición de una nueva transparencia informativa. Hay elementos muy interesantes acá de tomar en serio. Si queremos encontrar salidas, esto hay que tomarlo en serio.

Hay que caminar hacia la coherencia, creo yo. Si a uno lo invitan a dar su opinión, por lo tanto, uno da su opinión. A mí me parece que el tema de la incoherencia o la distancia enorme entre lo que se dice y lo que se hace es un problema central en la crisis de la política. Y si uno quiere salir de esa crisis, habida cuenta de que es una crisis mucho más de fondo y que no es un tema de correcciones puntuales, pero si uno asumiera lo que está implícito en la tesis del profesor Garretón, de que estamos en una crisis muy de fondo que tiene que ver más bien con un cambio civilizatorio y, por lo tanto, hay un viejo mundo que muere y un nuevo mundo está pujando por nacer, entonces hay que empujar lo nuevo, hay que empujar lo nuevo.

A mí me da la impresión cuando uno escucha a los actores del mundo político que suponen que esta crisis son como ciertas pataletas ciudadanas que ya pasarán y todo volverá a la normalidad. Y yo creo que están equivocados en eso. Cuando suponen que los movimientos ciudadanos solo son la protesta y no se dan cuenta de que lo que hay ahí es más bien un reclamo por lo nuevo y una búsqueda de lo nuevo, una búsqueda del nuevo formato, del nuevo procedimiento, de las nuevas maneras de hacer las cosas, entonces no entienden nada de lo que pasa, me parece a mí. Es que como que “salvemos la crisis porque después todo volverá a ser como antes”.

Y hay mucha vieja forma, hay mucho viejo eslogan que ya no va. A mí me toca ir a la Cámara de Diputados por el cargo, y antes también, a exponer sobre las leyes, lo invitan al Colegio de Profesores generalmente. Hay cosas muy ridículas ahí. Si está Bellolio en la mesa y dice algo y yo tengo que responderle, yo no le puedo decir: “Mire, Diputado Bellolio”. Tengo que decir: “Por su intermedio, Presidente”. Aunque lo tenga aquí al lado y el Presidente esté al otro extremo de la mesa, yo no puedo decirle a el algo, sino que debo decir “Por su intermedio, Presidente, dígale a este señor tal cosa”. ¿No son formas ridículas que dan cuenta de un mundo que ya no es? Dan cuenta de un mundo que muere, y lo nuevo pujando por emerger, pero todavía no suficientemente desarrollado. Entonces, claro, nos quedamos en ese espacio que llama Kuhn “crisis paradigmática”, donde lo viejo ya no funciona y lo nuevo todavía no tiene suficiente desarrollo y fuerza y entonces es un espacio complejo.

El amigo Bellolio acá suele decir cuando llevamos nuestras propuestas o cuando quiere cuestionar el programa en el proyecto de ley que se esté discutiendo por parte del Gobierno dice: “Ah, pero esa es una propuesta que tiene sesgo ideológico”. “Ya, ¿y? Tiene sesgo ideológico. ¿Y? ¿Y lo que usted defiende no tiene sesgo ideológico? Cuando usted defiende el modelo, que no cambie la educación actual, ¿no está defendiendo un modelo ideológico? ¿Qué significa ‘eso que usted propone tiene sesgo ideológico’? ¿Qué significa eso? ¿Significa que nunca debería tener ideología detrás?”. ¿Es posible que algo no tenga una concepción detrás, una idea de ser humano, una idea de sociedad? ¿Es posible eso? Por lo demás, el sistema educacional chileno está hiperdiagnosticado como uno de los más profundamente sobreideologizados de la historia de la humanidad. No estoy exagerando. Informes OCDE, informes de distinto tipo señalan que el sistema chileno es profundamente sobreideologizado. No lo dicen con esos términos, porque hablar de que algo es ideológico es casi un crimen hoy día, es casi como una mala palabra. Pero lo que dicen cuando señalan que tiene exceso de políticas de mercado, que tiene exceso de una serie de elementos, dicen que es un sistema sobreideologizado. Y efectivamente el sistema educacional chileno es el más sobreideologizado del mundo. No hay un modelo más neoliberal en el mundo en educación que el chileno. Entonces, cuando dice: “No, lo suyo es ideológico”. ¿Y lo de usted, señor, cómo es? No estoy personalizando. Estoy en general mostrando.

Y como contrapartida yo me pregunto por qué Boric, que está al otro lado de la mesa, tiene una evaluación positiva en general en las encuestas. ¿Será por su corte de pelo mohicano? ¿Será porque usa zapatillas? ¿Será porque no usa corbata? ¿Por qué será que Boric tiene una evaluación positiva? ¿Qué tiene este muchacho que la gente en general lo mira bien? Yo creo que tiene una cosa supersimple: la gente le reconoce coherencia, le reconoce que su discurso de cuando él era dirigente estudiantil en general no ha cambiado, al menos no ha cambiado tanto ahora que es Diputado. La gente le reconoce que él emergió desde los movimientos sociales y que en general su corazoncito y su impronta sigue haciendo un esfuerzo por permanecer en los movimientos sociales. La gente le reconoce que dice lo que piensa y que su discurso no cambia. La gente le reconoce ciertas cosas que yo creo son la coherencia, un valor perdido, un valor que está absolutamente desprestigiado, casi como que ser coherente es como una rareza. Y viene un muchacho solo ahí, en el Parlamento, y le empieza a ir bien o empieza a ser reconocido. Y no es muy querido adentro, aquí no es muy querido este muchacho, pero afuera es querido, afuera es reconocido.

Entonces, la coherencia a mí me parece que es el elemento central, que se diga lo que se piensa, que se haga lo que se ha dicho. Nosotros estamos en el Colegio de Profesores muy fuertemente en ese intento: decirles a nuestros colegas en las asambleas y en las reuniones de profesores algo y eso hacer después, no ir después a un pasillo o a la reunión en las oficinas ministeriales o en los pasillos del Parlamento a hacer algo distinto a lo dicho y concordado con nuestros profesores en los lugares donde debatimos y analizamos con ellos. Decir lo que uno piensa realmente, no acomodarlo según la audiencia. El valor de la coherencia: pensar, sentir, actuar en una misma dirección, que es un valor que en general nosotros -yo soy humanista, y es público y conocido- tratamos de ponerlo como en el centro. La coherencia, pensar, sentir y actuar en una misma dirección, que coincida. Porque, además, eso hace muy bien como persona. Tiene esto un valor agregado. Ser coherente en la vida en general hace bien, para el alma, para el espíritu. No andar cambiando los discursos, porque cuando uno acá dice una cosa y en otro lado dice otra, entonces empieza después a generarle algunos líos. Además, las redes sociales hoy día son implacables. Si usted dijo una cosa hace 25 años, ahí se la encuentran y aparece.

Y yo quiero volver sobre la idea, que ya mencioné, de que los movimientos sociales, que están no solo en Chile, sino que están en todo el mundo, no son solo expresión de una protesta, como cree el político tradicional o el analista tradicional, y que, por lo tanto, dependiendo de cuanto o menos se solucione esa demanda de la protesta, entonces las cosas van a volver a la normalidad, o, aunque no les demos solución, en algún momento la protesta se desgastará y ya no será problema. No es así. En los movimientos sociales que están emergiendo por todo el mundo está la búsqueda ciudadana de lo nuevo. En el paro que tuvimos por la carrera docente, de 57 días, el segundo más largo en la historia docente en Chile (hay uno de 63 por los años 60), la prensa nos cubrió mucho las marchas, nos cubrió las protestas, nos cubrió cuando los colegas de Antofagasta cortaron el aeropuerto de Antofagasta y los vuelos no pudieron salir, nos cubrían esas cosas. Pero nunca cubrieron las asambleas comunales, donde había un nivel de deliberación, de reflexión, de análisis, donde surgieron propuestas maravillosas, potentes, inteligentes de nuestros colegas, que en el espacio que tenían ahora, por estar paralizados y no con el agobio, hubo mucho espacio para deliberar, conversar, reflexionar, encontrarse, surgieron propuestas extraordinarias, no solo sobre la carrera docente, sino sobre la educación chilena. Eso nunca fue cubierto y se sabe poco de eso. Pero ahí hay una semilla y hay un germen de algo extraordinariamente potente. Porque, repito esto, los movimientos sociales no expresan solo protesta, expresan una búsqueda, y esa búsqueda hay que alimentarla. Si queremos salir de esta crisis, hay que alimentar lo que está en esa búsqueda ciudadana y en esos movimientos a partir de la coherencia.

Muchas gracias.

 

 

Jaime Bellolio, Diputado Unión Demócrata Independiente

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Muchas gracias.

¡Lo primero que es paradójico de este panel es que quien sea el moderador sea Marcelo Schilling…!

Pero yo agradezco que además Marcelo haya pedido este informe, que me pareció muy interesante, y que permita tener una discusión un poco más profunda.

Si yo tuviese que ejemplificar cuál es una de las cosas que más me cargan de ser Diputado, quizá sea el cinismo que se da al interior de la Sala de la Cámara de Diputados, en la cual de partida pocos se escuchan. Y cuando te escuchan se te acercan al final y te dicen: “Tienes toda la razón, pero no”. Y yo les pregunto: “¿Cómo no?”. Y me responden: “No, porque tú eres de allá y yo soy de acá, entonces, no”. Perder la capacidad de diálogo, perder la capacidad de entenderse con el otro, de saber por qué el otro piensa lo que piensa es lo que le hace más mal a la política. Es mucho más fácil para el político encerrarse en su propio muro, encerrarse con sus iguales, encerrarse con quienes se parecen y no tienen tantas diferencias, que cruzar un poquito la línea y, por tanto, someterse al escrutinio del tipo que al que le caes mal, que piensa completamente distinto a ti, porque tienes que argumentar mejor además.

Yo siento que esa discusión sí la tenemos con Marcelo Schilling, sí la tenemos con Gabriel Boric. Y, de hecho, a mí dentro de la UDI me decían que yo no pertenecía a la UDI, que quería izquierdizarla porque era amigo de Gabriel Boric. Y yo creo que de verdad el rol parlamentario es como lo dice la palabra, parlamentar, y, por tanto, es argumentar, argumentar en función de la razón pública, y que tiene que ser evaluada, entonces, por los ciudadanos. Por eso yo trato de hablar en la mayor cantidad de los proyectos que nos toca votar, no en todos, porque sería absurdo -nadie puede saber de todo-, pero sí en los que tienen alguna implicancia con lo que son mis convicciones, porque me gusta que me evalúen por cuanto son mis razones y por qué voté en un proyecto de ley a favor o en contra de eso.

Se presume hoy en día que los políticos estamos todos capturados. Y, entonces, la típica acusación es que si yo voto en contra de algo es porque me pasaron plata, porque me compraron o porque soy “huevón”. Pero no se puede presumir que tenemos diferencias de opinión. Y yo creo que eso está mal. Yo entiendo que hoy día para la ciudadanía la política no esté en el suelo, sino que en el subsuelo. Y es por culpa, por supuesto, de quienes hemos ejercido la política. Pero también llegamos a un grado de descomposición del debate en que solo queda aquello que las encuestas dicen que es lo más interesante, lo más famoso. O es tal la pulsión por caerle bien a la ciudadanía que entonces algunos tienen un listado de propuestas populista que por supuesto comienzan a aparecer, además, en esta época.

Yo no quiero evadir ninguna de las cosas que dijo Mario Aguilar. Pero la primera de ellas es que yo jamás he ocupado la palabra de que algo tiene sesgo ideológico. Porque yo tengo un sesgo ideológico y es la razón por la cual soy Diputado. Quizás él se confundió de Diputado. Lo que yo sí digo es que las políticas que sigue este Gobierno tienen una sobreideologización, que es completamente distinto, es decir, que no toma en consideración la evidencia o no le importa la evidencia por esa ceguera ideológica; se ponen una anteojera ideológica, que es completamente distinto. Porque, por supuesto, que mi exposición también tiene una posición ideológica. Si no, no sería Diputado, porque yo creo que la política es la defensa del bien común en la polis, en la ciudad, en el bien común, en lo que nos pasa a nosotros, en la comunidad. Si no tienes una idea y eres neutro, entonces, puedes ser fácilmente reemplazado por un robot. Y yo no quiero ni creo que eso es la política. Lo que sí me pasa es que cuando algunos dicen, por ejemplo, en la típica discusión sobre el aumento de impuestos: “No, eso no va a afectar el crecimiento ni va a afectar la inversión”. No es verdad, la va a afectar. La pregunta es si es que tu dirección justifica el que la vayas a afectar o no. Yo creo que ese debate es mucho más sano. Cuando uno dice: “Voy a traspasar los colegios municipales a un servicio local y va a ser administrado acá”. Y eso va a tener un efecto, en que quien es responsable está más lejos de las escuelas. Dicen: “No, eso no va a pasar”. No es verdad. Eso va a pasar. La pregunta es si vale la pena que pase o no. Camila Vallejo hace un par días presentó un proyecto que reduce la jornada laboral de 45 a 40 horas semanales. La pregunta es si eso afecta o no el crecimiento económico. ¡Por supuesto que lo afecta! La pregunta es si estamos disponibles para hacerlo o no. Cuando se aprobó la ley de posnatal de seis meses, ¿afectaba eso? Por supuesto que afecta. ¿Es justo? ¿Queremos que eso pase? Yo creo que sí. Yo soy partidario de que haya igualdad, por supuesto, en la contratación de las mujeres y los hombres, y a igualdad de pega igual salario. Y cuando se habla de 19 trabajadoras para tener el beneficio de la sala cuna, yo creo que tiene que ser 19 trabajadoras y trabajadores. ¿Significa eso un costo mayor para la empresa? Por supuesto que sí. Yo no lo voy a esconder. Pero estoy disponible para decir por qué creo que tiene que asumirlo igual. Entonces, a mí me pasa que muchas veces hoy día en política se esconden los argumentos y se esconden las consecuencias. Y es más fácil, entonces, enclaustrarse en su propio grupo. Y peor aún cuando vienen elecciones presidenciales, de algunos que ni siquiera sabemos qué quieren hacer.

Porque si solamente llegamos a votar por alguien porque es el que aparece primero en la lista, porque es el mejor evaluado, ya nos demostró la Nueva Mayoría que no basta con ganar las elecciones con alta popularidad para poder gobernar, sino que a continuación hay que hacer un proyecto y un programa que sea capaza de sintonizar con la ciudadanía en la cual sea real ese cambio. Y ese es mi desafío como alguien de centroderecha, en que yo creo que si nosotros llegamos a ganar el gobierno sin tener una propuesta que sintonice con las personas y que sea capaz de solucionar los problemas que hoy día le aquejan a Chile, le vamos a entregar semi en bandeja el gobierno a Gabriel Boric, y yo no quiero que eso pase.

Ahora bien, no sabemos cuánto de la crisis actual de la política chilena es una crisis de la modernidad o de la posmodernidad empujada y acelerada por las nuevas tecnologías, por la sociedad líquida, como diría Bauman, que se cita mucho pero probablemente se le lee poco, y cuánto es también interna. O cuánto de las dos cosas, cuánto nosotros hemos promovido esa crisis y cuánto nos viene de afuera.

Les pongo un ejemplo.

Cada vez que se habla de la tecnificación del trabajo hay un grupo de personas que dicen: “Los robots nos están reemplazando”. Eso mismo pasa hace doscientos años. Hace doscientos años que las máquinas están reemplazando a los hombres. Pero hay una dificultad: que en los últimos quince años la tasa de cambio ha sido tal que hoy día nosotros no somos capaces de adaptarnos a eso. Por de pronto, se produce tanta información en los últimos cuatro años como en los últimos dos mil catorce años.

Y eso sí significa cambios muy relevantes para los partidos y para la forma en que se toman decisiones. Siento que la estructura de los partidos hoy día sigue una lógica, no voy a decir setentera, sino que es todavía previa, y, por tanto, en fase de extinción total.

De las pocas cosas que sí comparto con la tesis gramsciana de la crisis es que está en el fin de un ciclo, y estamos en esa etapa, entre el fin de un ciclo y el nacimiento del otro. Y por eso hay nubarrones al frente y no se ve una salida con claridad.

Sí creo que hay que definir muy importantemente en política, para salir de esta crisis, qué es lo que uno piensa, con total coherencia, como decía además Mario Aguilar. Una de la diferencia que tiene la política de hoy día de la política de hace quince años atrás es que el cerebro humano está hecho para olvidar, pero Internet está hecho para no olvidar, y, por tanto, lo que uno dice queda resonando para siempre y, por lo tanto, te van a cobrar la palabra. Y eso ha hecho que cambien algunos la forma de hacer política, que antes llegaban con un listado de promesas que sabían que eran incumplibles y falsas pero después nadie se las cobraba, porque no había cómo. Y hoy día eso cambió de manera radical.

Entonces, suponer que existe una asepsia del Estado en solucionar los problemas creo que también es una mala forma de salida de la crisis. Y yo lamentablemente me encuentro con muchos de mis pares suponiendo que cuando hay problemas del Transantiago, de educación, de salud, de pensiones, de lo que sea, la solución es siempre el Estado. Hay como una especie de populismo tecnocrático de parte del Estado, que allí va a haber unos señores ángeles que ellos sí van a poder encontrar la solución perfecta para cada uno de nosotros. Eso es mentira, tan mentira como que los que estamos en la Cámara de Diputados somos ángeles, cuestión que escribió Madison mucho tiempo atrás, que los hombres no somos ángeles ni ellos nos gobiernan y, por lo tanto, necesitamos reglas que nos permitan convivir. ¿Cómo se explica que la ciudadanía cuando se evalúa a sí misma diga que está muy bien, que está mejor que sus antepasados y que sus hijos van a estar todavía mejor que ellos mismos, pero cuando evalúa al país lo evalúa mal? Es porque nuestra vida en común está mal.

Entonces, ¿ cómo creo que esto puede tratar de mejorarse? No tengo una píldora mágica.

Yo creo en que lo que hay que promover y asegurar es la dignidad humana como algo que es inherente a la condición humana, la libertad de las personas, que tiene límites en esa dignidad, y luego una sociedad descentralizada, y así, entonces, lograr un progreso que es sostenible, que no es solamente económico, porque o si no es insostenible, que significa que por ejemplo no puedo llegar y sacar todos los peces del mar ni talar todos los árboles, porque es insostenible. Y solo así, entonces, consigo una sociedad de oportunidades, donde lo que vale es tu talento y tu esfuerzo y no el lugar donde naciste, no el pituto, no si eres amigo de alguien del Estado; una sociedad que colabora entre sí para lograr esos objetivos comunes, en donde yo creo que el Estado lo que tiene que hacer es ajustarse a la sociedad diversa y no la visión del gobernante ajustar la sociedad a su visión de diversidad. El bien público sí puede ser conseguido por la sociedad. Y lo que tiene que hacer el Estado es ayudar a conseguirlo. Y por último una sociedad que integra, y que integra especialmente a las nuevas vulnerabilidades.

Cómo hacemos, entonces, para que no estemos capturados, que es la típica duda. Nos dicen: “Ustedes están capturados; el Estado está capturado”. ¿Cómo logramos esa no captura?

De parte de los políticos, una rendición de cuentas permanente. Y eso sí implica en mi opinión someterse a debates, someterse al régimen que significa dar la razón por la cual votaste de una y otra manera, explicar por qué. La transparencia, y es evidente que hoy día ya tenemos unas reglas que son obviamente mucho más altas que en el pasado. Y evitar cualquier tipo de interés o tratar de encapsularlo al máximo posible. Obvio que es imposible que no exista ninguno, porque no somos marcianos. Yo tengo tres hijos que no me caben en el asiento de atrás del auto cuando tengo que tener las sillas. ¿Significa que tengo un conflicto de interés cuando votamos la ley? Obvio que sí. Pero de nuevo, ¿ese conflicto hacía que no tuviese que participar de él? Obvio que no. Tengo mis tres cabros en edad escolar. ¿Significa que no puedo votar leyes de educación? Obvio que no. Al revés, me preocupa todavía más, hay un interés que está alineado con el interés del público. Entonces, es la rendición, es la transparencia, es la disminución al máximo de los privilegios, al máximo. Yo creo que hay algunos que se pueden justificar, no vamos a entrar en eso, pero, por ejemplo, la cierta inviolabilidad de los argumentos que hacen los parlamentarios y uno y otro, etcétera. Y el límite a la reelección yo creo que es razonable, particularmente en aquellas autoridades que manejan recursos. Porque, de lo contrario, usan el poder del recurso para reelegirse. Y con respecto a los parlamentarios, yo también estoy disponible para que haya un límite a la reelección. Sí me parece que tiene que ser un límite a la reelección en un distrito en particular más que para siempre.

Y también esto que acabo de decir para los políticos tiene que también valer para el Estado, es decir, que de una vez haya un fin al cuoteo y a la captura del botín del Estado como el que le toca a la coalición gobernante. Eso también implica transparencia y rendición de cuentas, división de Poderes, desconcentración y descentralización.

Entonces, termino diciendo que yo no estoy seguro de cuál es la solución. Tengo claro que los próximos cuatro años van a ser años difíciles, que este año en particular va a ser un año complejo, por las elecciones. Chile tuvo un consenso subyacente, creo, desde 1990 hasta que salió Presidenta Michelle Bachelet. Ese consenso se rompió. La pregunta, entonces, es qué cambiar, qué mantener. Yo sí creo que la ideología es la que determina el para qué, y luego la técnica, la evidencia en política pública es la que te dice cómo lograrlo.

Entonces, para mí la clave hoy día de la pregunta política para la salida es explicar el para qué y a continuación el cómo, y no basarnos simplemente en la popularidad del quién.

Muchas gracias.

 

Gabriel Boric, Diputado Movimiento Autonomista

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay un viejo columnista, de El Mercurio, si no me equivoco, de los años 50, 60, que se llamaba Horacio Serrano, que en una de sus columnas en los momentos más duros previos al golpe decía: “No me preocupa tanto la escasez en los mercados, la escasez de pollo, la escasez de mantequilla y las largas filas que hay que hacer para conseguirlos como me preocupa la escasez de palabras que tenemos hoy día para poder dialogar”. Y por eso yo agradezco espacios como estos, en donde entre gente que pensamos diferente y que venimos de diferentes experiencias podemos justamente dialogar sobre una crisis que en cada momento nos jugamos si se profundiza o si es que vamos avanzando hacia una salida de ella.

Una cuestión mínima para salir de las crisis de confianza es otorgar confianza. Y cuando nos citan a las 12 para empezar un foro y parte a la una y media, yo diría que ahí ya hay un problema grave de cómo empiezan a funcionar las cosas. Si eso pasa en el Congreso, imagínense en otros lados.

Yo lamento, además -y se lo dije personalmente-, que no esté el Presidente de la Cámara de Diputados, Osvaldo Andrade, que venga a inaugurar un debate como este, que lo promocione y después se vaya. Porque al final uno se pregunta cuál es el interés real que se tiene de hacer esto. ¿Para ponerlo después en un papel y decir “esta es mi gestión” o para que efectivamente tengamos un debate en donde nos retroalimentemos?

Y antes de partir mi exposición me gustaría hacer una pequeña digresión respecto a las palabras de Mario Aguilar, que agradezco mucho, respecto a la coherencia.

Yo creo que hay dos maneras de entender la coherencia. Una que creo que es importante criticar, que es la de ser obtuso, de estar permanentemente equivocado, o más bien de no ser capaz de reflexionar sobre las acciones propias y defenderlas irreflexivamente. Y para poner un ejemplo, el Partido Comunista defendió a rajatabla durante mucho tiempo la invasión soviética a Hungría y a Checoslovaquia. Y muchos decían que el Partido Comunista ha sido muy consecuente siempre en su postura. Yo creo que ese tipo de consecuencia -puede pasar también en otros casos; no quiero pelear con el PC más- no es deseable. Uno tiene que tener una consecuencia que sea reflexiva, que te permita evolucionar y cambiar tus posturas. Siempre decir lo que uno piensa con transparencia respecto a las reflexiones que da. Esa es la coherencia que yo creo que vale, no estar en una misma posición al comienzo y después de cuarenta años seguir en la misma.

Dicho esto, yo quiero hacer una pequeña exposición en retrospectiva para tratar de entender o explicar cuál es la visión que yo con muchos compañeros tenemos de por qué llegamos acá y después proponer salidas.

Primero, el momento en que estamos no es casualidad, no es circunstancial, no es producto de que Dávalos armó Caval o que a Orpis le pagaban las pesqueras. No se trata de problemas coyunturales. Es una crisis, desde mi perspectiva, de fondo, que no fue algo a lo que llegamos sin darnos cuenta, sino que hubo decisiones políticas que trajeron como consecuencia el momento en el que estamos. Y para esto hay que remitirse a los años finales de la dictadura. Uno podría siempre ir encauzando e hilando la historia de un país o de una sociedad siempre hacia mucho más atrás. Pero me quiero poner como límite temporal los fines de la dictadura.

Nos han vendido hoy día esta imagen de que la dictadura cayó solo con un lápiz y un papel. Pero no fue así. Yo nací en 1986, el año decisivo, por otros motivos, por supuesto, pero la dictadura cayó producto de una gran movilización popular. También por el plebiscito, por cierto. No cabe restarle validez, no cabe restarle importancia a lo que fue todo ese momento histórico. Pero también porque hubo mucha movilización social. El que una dictadura como la de Pinochet y sus compañeros civiles y militares haya aceptado la derrota del plebiscito tiene mucho que ver con que había sido debilitado fuertemente antes. Y eso se logró con organización, con movilización y, desgraciadamente también, con muchos muertos.

Y el año 1986 hay un punto de inflexión en cómo se define, cómo se empieza a cuajar la nueva democracia que íbamos a tener cuatro años después. Ahí uno puede entrar a ver qué pasa después del atentado del Frente, de Carrizal, de ver esos pequeños detalles. Pero lo cierto es que se impone una lógica de negociación por parte de una élite política con la dictadura. Y esa lógica, que empieza a cuajar el año 1986, se mantiene en el tiempo. Y acá no se trata de hacer un juicio moral de lo que fue la Concertación, sino de hacer una evaluación política. Y yo en este foro, y lo hago en todas partes, quiero reivindicar el derecho de mi generación a tener una evaluación política crítica respecto de lo que fue la transición.

A uno de los arquitectos de ella, Edgardo Boeninger, una vez le preguntaron cuál había sido el mayor desafío de estos primeros años. Y Edgardo Boeninger, siempre muy lúcido, dice: “El Gobierno de Aylwin tenía un tremendo desafío, que era que venía con un mandato de cambio, de cambiarlo todo, de cambiar todo lo que venía de la dictadura. Y el desafío que teníamos nosotros era, con ese mandato de cambio, legitimar el modelo económico y social que venía heredado de la dictadura”. Y yo creo que lo lograron en gran medida.

Paralelamente a esto, hubo un proceso de renovación por parte de quienes en su momento habían defendido otras posturas. Marcelo Schilling puede dar cuenta mejor de eso que yo. Y algunos se terminaron dando la vuelta entera. El problema no es la reflexión, el problema no es el proceso de renovación socialista. Hay un libro de Jorge Arrate que se llama La vigencia democrática del socialismo, no recuerdo el título exacto pero es de esas características. O la reflexión que hace Ottone, que les recomiendo que lean, El viaje rojo. Pero, sin embargo, algunos en ese proceso como que se pasaron y terminaron aceptando el modelo económico que heredábamos de la dictadura y, de manera inevitable, también el modelo social. ¿A qué me refiero con el modelo social? En que la política es para los políticos expertos y el pueblo que se quede en la casa.

En ese sentido, es muy explicativo, por ejemplo, el caso de la prensa. Teníamos más diversidad de prensa en Chile a fines de la dictadura que durante los noventa. Y eso no fue casualidad.

Entonces, empezamos durante los noventa a consolidar un estado de normalidad que se basaba en el consenso de una élite empresarial y política (cuando digo política me refiero a la Concertación y a la Derecha, con matices, por cierto, no estoy diciendo que sean iguales), pero un consenso sobre las estructuras. Por otro lado, el consumo, que en la medida que se fue ampliando el circuito de consumo, bajando la pobreza, también se metió la sociedad chilena. Y no hago un juicio moral sobre esto, estoy tratando de hacer una interpretación. Las preocupaciones empezaron a ser otras. Y, por otro lado, la competencia. Compitamos por todo. Compitamos por el voucher, compitamos entre los profesores, compitamos en el barrio, compitamos por los subsidios, compitamos por quién es mejor. Y esa lógica se instaló como el estado de normalidad de las cosas.

Se mencionaba en uno de los paneles anteriores cuándo empieza a crujir esto. Creo que lo mencionaba el profesor Manuel Antonio Garretón. El 2006 y el 2011. Y son años muy claves, porque tienen características muy diferentes.

El 2006, con lo que se llamó la “revolución de los pingüinos”, yo diría que es el último momento en que desde la política es posible desactivar la movilización en una lógica transicional. El PS baja a César Valenzuela; LUN publica esa portada famosa que dice “Cabros, no se suban por el chorro”, y te empiezan a desarmar a través de los mismos partidos la movilización que se había desplegado el 2006 y que se había vuelto levemente incontrolable. Te la desactivan y la leen en clave neoliberal. Entonces, aprueban un proyecto de ley, la LGE -nobleza obliga: partes importantes del Partido Socialista fueron los únicos que votaron en contra-, que al final del día terminaba reproduciendo o más bien modernizando el mismo sistema que estábamos criticando.

De ahí viene el 2011. Y entre el 2006 y el 2011 aprendimos mucho, como generación aprendimos mucho. No se nos olvidan las manos en alto de La Moneda en el Salón Montt-Varas de la Derecha y la Concertación, liderados por la Presidenta Bachelet y llegando a un acuerdo de espaldas a quienes nos habíamos movilizado en esa época. Y ese es el punto clave del 2011, que la movilización del 2011 no fue posible procesarla en los términos políticos de la transición. Y, por lo tanto, ahí hay un quiebre, y hay un quiebre que tiene muchas explicaciones. Pero, por ejemplo, los partidos políticos tradicionales son barridos de las universidades. Cuando yo entré a estudiar a la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile el 2004, el Presidente de mi Centro de Estudiantes era PPD. Hoy día eso es inimaginable. Pero no solamente en el movimiento estudiantil, sino también en los movimientos sociales que estaban sucediendo. El 2011 no partió con las movilizaciones estudiantiles, partió con la movilización en Magallanes, por el tema del gas. Y siguió con las movilizaciones por HidroAysén, donde los partidos políticos en su gran mayoría, puede que haya algunas excepciones particulares, estaban absolutamente ajenos, porque habían dejado de tener inserción social. Y, por lo tanto, no tenían cómo procesar estas demandas.

¿Qué es lo que pasa después del 2011?

Que quienes participamos de todo este proceso de movilización entendíamos que teníamos que dar el salto de lo social a lo político. Yo siempre cuento esta anécdota, pero me marcó mucho y fue clave para mí en términos personales, pero yo creo que representa también un poco el sentido de nuestra generación. Fui como Presidente de la FECH a la Comisión de Educación del Senado a exponer respecto del tema del CAE y reforma tributaria, no me acuerdo específicamente, y la Senadora, designada en ese momento, Von Baer con el Senador Walker nos dicen casi al unísono: “Saben qué, chicos, muchas gracias por su exposición, se lo agradecemos, les agradecemos por haber puesto el tema sobre la mesa, pero déjennos a nosotros resolver esto, que nosotros somos los que sabemos”. Y ahí, más allá de que daban ganas de mandarlos a buena parte, uno quedaba pensando “tienen razón, pues, son ellos los que tienen la posibilidad de resolverlo, porque nosotros nos hemos negado a la lucha política, nos hemos quedado en el movimiento social pero nos hemos negado a la lucha política”. Y, por lo tanto, lo que pasa desde el 2011 hasta ahora, y esa yo creo que es una de las salidas importantes, es volver a lo que hasta el día de hoy decimos: socializar lo político, politizar lo social. Y, por lo tanto, que todas estas movilizaciones tengan una expresión política propia, que no se atribuya su representatividad, pero sí que logre hacer esa conexión.

Entonces, cuáles son las salidas desde mi punto de vista, que es parcial e ideológico.

Primero, yo creo que es importante combatir la concepción de la política como mercado, de estos políticos que van a hacer campaña -a mí me tocó verlo presencialmente- entregando corderos para la rifa, que para el aniversario de la junta de vecinos le regalan un kilo de azúcar, que le pagan el pasaje al que tiene su hijo enfermo, que generan redes clientelares para asegurar su elección, pero sin un contenido ideológico, lo niegan.

Por otro lado, creo que tenemos que avanzar en politizar lo social y en socializar lo político.

Y una cuestión que es importante, que decía Jaime Bellolio, y en esto estamos muy de acuerdo, escucharnos más allá de las trincheras. Es muy impresionante en el Congreso ver, por ejemplo, cuando se discute el reajuste al sector público cómo la Derecha y la Concertación dan exactamente los mismos argumentos que daba la coalición contraria cuando el Presidente era otro. Son calcados. Y es una vergüenza escucharlos. Porque cuando defienden el reajuste del 3,2 por ciento a los funcionarios públicos, la Concertación decía “Tenemos que ser responsables, esto es lo que corresponde”, casi matan al Partido Comunista porque rechaza. Pero cuando Piñera propone algo parecido en un contexto relativamente parecido, lo querían matar, y decían “Esto es una falta de respeto a los funcionarios públicos”, exactamente lo mismo. Tenemos que ser capaces de escucharnos y ser coherentes, más allá de las trincheras. Tratar de ver cuál es la verdad, más allá de quién la dice. O sea, hoy día es viernes. Si Hitler dijera que hoy día es viernes, seguiría siendo viernes. Entonces, yo creo que es importante aprender a escucharnos.

Pero en esto es importante no confundir el rol del Parlamento. Yo creo que el arte de la política es ponerse de acuerdo entre visiones diferentes o ponerse de acuerdo en cómo destrabar los desacuerdos, pero no caer en lo que Lenin llamaba el cretinismo parlamentario, que yo creo que es lo que pasa hoy día en el Congreso, en que todos se dan de golpecitos en la espalda y casi que es como una sala de curso de básica. Y en que además muchos de los parlamentarios veranean en los mismos lugares, independiente de la coalición de la cual sean, tienen a sus hijos en los mismos colegios, se atienden en las mismas clínicas. O sea, eso es lo que constituye la casta. Yo creo que tenemos que terminar con la casta de la política. Hoy día el Congreso no es representativo de la diversidad de la sociedad chilena. Y mientras no lo sea, yo pienso que va a seguir en estos términos de desprestigio. Tenemos que avanzar hacia allá, hacia esa representatividad de la diversidad.

Por último, es importante lo que decía Sofía Barahona, que yo creo que es clave, y aprovechando que está Mario Aguilar acá: las decisiones nos las pueden tomar unos pocos encerrados entre cuatro paredes, y no se pueden tomar en contra de la voluntad de quienes van a hacer carne esas reformas. El Gobierno tenía una pelota dando bote para meter un gol con la carrera docente, porque nadie quería estar en la situación en la que estábamos. Los profesores querían una carrera docente. Pero terminaron impulsando una cuestión en contra de los mismos profesores. Cómo se va a impulsar una carrera docente en contra de los profesores. Y al comienzo en particular no hubo visión para llegar a acuerdo. Yo creo que eso se expresa en muchas otras dimensiones de la sociedad. Para poder hacer reformas, además, sustantivas, estructurales, no basta solamente con la capacidad de dialogar. Tenemos que tener capacidad de movilización. Porque Jaime Bellolio es muy razonable, y aparece como tal en este espacio; pero sus amigos… Ahí hay una cantidad de intereses, que van a defender los intereses de los privilegiados a rajatabla. Y, por lo tanto, a esa gente no la vamos a convencer. Con ese sector, con la derecha más recalcitrante, tenemos que avanzar no solamente con diálogo, sino también con movilización, en paralelo.

En eso estamos, y estamos tratando de avanzar en eso en el Frente Amplio. Tenemos, yo creo, un tremendo desafío, que además yo creo que es un desafío epocal, en el sentido de lograr reivindicar la política, porque yo no me presento como un outsider, acá yo digo orgullosamente que nuestra generación está haciendo política. Sofía Barahona sostiene lo mismo. Mario Aguilar -quizás no somos de la misma misma generación, pero si nos alargamos, llegamos- está haciendo política. Pero si perdemos esta vuelta (no digo perder la elección), si perdemos esa lucha por reivindicar el sentido de la política, lo que está a la vuelta es el populismo estilo Marine Le Pen, estilo Trump, estilo el nazi de Holanda (Geert Wilders). Hay que tener mucho ojo con eso.

Y creo que este proceso, lo que estamos haciendo en el Frente Amplio, también va a ayudar, colaborar a un proceso de renovación en las coaliciones tradicionales. Sin creernos nosotros la pomada. Nosotros tenemos infinitas mediocridades, mucho que aprender. Yo creo que esto no tiene que plantearse generacionalmente, solo en términos etarios. Tenemos que hacer una síntesis entre los luchadores anteriores y nosotros. El mundo no nace el 2011. Tenemos que aprender de lo que hay detrás e incorporarlo a nuestra acción política.

Y, por sobre todo, en términos de valor, reivindicar en política el valor de la duda, de dudar. Yo desconfío de quienes están muy seguros de sí mismos. Esto no significa que no haya ideas correctas que defender. Uno defiende las ideas que cree correctas. Yo no me compro el relativismo de decir “Todo es verdad, todos tienen la razón”. Yo creo que hay ideas correctas y hay ideas incorrectas, y defiendo las correctas y combato las que creo incorrectas. Pero dudo permanentemente de ellas. Como decía Albert Camus, tiene una frase en su libro Escritos libertarios, que recoge las editoriales del diario Combat, que se hacía en Francia a fines de la Segunda Guerra, que dice: “La duda en política debe seguir a la convicción como una sombra”. Y yo hago de ese lema, de esa frase, mi leitmotiv, mi lema principal, mi guía en política: dudar.

Muchas gracias por esta convocatoria.

Sigamos debatiendo. Y aprovechando esta audiencia, no se olviden de que el 26 ojalá la mayor cantidad de gente posible -sé que Jaime Bellolio no, pero muchos de acá sí- marcharemos en contra de las AFP. Así que aprovecho de convocarlos también a eso.

Muchas gracias.

 

Marcelo Schilling, Moderador

 

Quiero agradecerles a todos su presencia, la participación.

Creo que lo más relevante de este seminario han sido las contribuciones generosas de las personas que han participado en las distintas mesas. Esto ha sido transmitido por el canal de televisión y será seguramente reiterado por él. Aparte, habrá una publicación de la Academia Parlamentaria.

Creo, además, que esto es muy importante, porque lo dijo al pasar, me parece Gutenberg Martínez, que a los políticos y al Parlamento y a los partidos políticos les cuesta mirarse y asumir que están en una situación de crítica despiadada por parte de la sociedad. No solo en Chile, en todo el mundo. Aquí ha habido acelerantes, el financiamiento irregular y esto y lo otro, en fin.

Pero el primer paso para mejorarse, como me dice mi mujer -ella es psicóloga- cada vez que me recuerda que yo soy medio asperger, el primer paso es reconocer que uno es enfermo. Y por eso yo creo en la utilidad de que el Congreso haya promovido el que actores sociales significativos, relevantes, como Ximena, Mario, miembros de él que son también críticos de sus prácticas, empresarios, religiosos, en fin, nos hagan saber lo que se opina de estas instituciones.

Pero, al mismo tiempo, y como lo recordó Manuel Antonio Garretón, esta manera republicana y de acuerdo al sistema político democrático representativo apenas tiene doscientos años. El problema es que parece que, por el progreso civilizacional, su impulso vital se va debilitando. Y yo creo que el cuidado que debemos tener sobre todo es que no termine de morir sin que haya tenido un reemplazo que proteja los derechos que han conquistado los ciudadanos cuando dejaron atrás las monarquías y el poder absoluto sobre ellos. Estamos en un momento de transición, no hay duda. Pero la transición no necesariamente significa terminar en un modo de vivir peor que aquel que pareciera estar dejando de vivir.

Yo espero que este esfuerzo de la Cámara de Diputados encuentre continuidad, como lo encontró el Congreso del Futuro, como dijo Osvaldo Andrade al introducir la conversación y que además el Congreso sea de manera sistemática y frecuente capaz de darles la palabra a los ciudadanos que hoy día han representado a los ciudadanos.

Muchas gracias.

marcelo schiling
ximena abogabir
mario aguilar
jaime bellolio
gabriel boric
bottom of page