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Recuerdos de Un mundo feliz

Aldous Huxley es el conocido autor del libro Un mundo Feliz (1931), compleja reflexión crítica sobre las distorsiones del mundo occidental que asomaban en la primera mitad del siglo XX. Esta obra ha influenciado a muchas generaciones y aún es un relato potente de los rasgos más negativos de nuestra civilización.

En la sociedad descrita en su libro clásico, los niños nacen en probeta y desde sus primeros días son acondicionados y estratificados socialmente, en tanto la felicidad se consigue a través del uso de una droga ideal que proporciona euforia a la vez que narcotiza, previniendo contra la inadaptación personal, la inquietud social y la difusión de ideas subversivas. Esta descripción extrema no parece hoy lejana, a la luz de nuestra hipnotizada pasividad mediática, la dependencia de la televisión y la proliferación de farmacias que proponen ingerir medicamentos como medida preventiva para el stress o los infartos en nuestro Chile de hoy.

En la obra de Huxley, el estado logrado a través del soma (la droga ideal) es descrito como un "cristianismo sin lágrimas", pues deshace la ira y baja la violencia, sin pasar por el sufrimiento, la culpa o el sacrificio. Hoy también buscamos tratar con sedantes la aparición del dolor y de las emociones negativas, para no pasar por el esfuerzo del crecimiento interior real.

A través de esa droga los ciudadanos de Un mundo feliz satisfacen inmediatamente sus deseos, lo mismo que hoy buscamos a través del crédito de consumo. En la novela de Huxley los ciudadanos no tienen padres ni madres, esposas ni amantes que les despierten emociones violentas. Hoy en Nueva York la mitad de los hogares son unipersonales, y en todo el mundo tendemos hacia el aislamiento como modo inconsciente de alejarnos de las relaciones íntimas que nos despiertan las emociones negativas y positivas fuertes. En mundo feliz mantienen una felicidad sin sobresaltos a través del comodo expediente de anestesiar o alejar de su vida toda fuente de angustia, resolviendo el vacío de un mundo sin Dios, a quien Nietzsche había declarado oficialmente muerto. Hoy alejamos toda angustia a través de la entretención y la farándula o a través de la medicamentación.

Huxley ironiza en su libro el positivismo hiperpragmático que invadía a la cultura occidental y realiza una triple crítica: a la sociedad de consumo -la publicidad, la manipulación y la instrumentalización empobrecedora de la ciencia-, a la eliminación del pensamiento metafísico y a las sociedades totalitarias. Marx ya había dicho que la religión era el opio del pueblo. Huxley ficcionó una sociedad antiutópica en la que una droga ideal se constituía en la religión del pueblo.

Pero este flemático y racionalista hijo de la orgullosa Inglaterra protestante no fue sólo un crítico social, y se abrió de muy joven a otros mundos, publicando un año antes de su obra más conocida, un pequeño ensayo llamado En busca de un nuevo placer.

Y al año siguiente a la publicación de Un mundo feliz, realiza un viaje por Latinoamérica y se adentra en la religiosidad sincrética de los pueblos originarios, experiencia que describe en su diario de viaje Beyond the Mexican Bay. Comienza

Comienza entonces a abrirse a una nueva mirada al mundo de las sustancias, ya no desde el narcotizador soma de su mundo feliz, sino desde las experiencias de su uso alucinógeno y medicinal. La mescalina, procedente del peyote mexicano, estaba siendo experimentada para el tratamiento de la esquizofrenia, y el doctor Humphrey Osmond invitó a Huxley a participar en una experiencia de consumo. En Las puertas de la percepción (1954) describe esa vivencia.

Más tarde se vincula al departamento de neuropsicología de la UCLA y argumenta que el LSD y los hongos alucinógenos han de ser usados en un contexto que nos remita a la maravilla y divino misterio del mundo. Así, en vez de la droga anestesiante de Un Mundo Feliz, focaliza estas sustancias al servicio de lo espiritual. En su libro Cielo e infierno (1956) Huxley va más allá del relato sobre el uso de las sustancias, para realizar un análisis antropológico-cultural de la experiencia mística.

Al acercarse su tiempo de morir, a fines de 1963, Aldous Huxley le pide a su mujer que le administre una dosis de LSD. Y así, este notable hombre hijo del siglo XX, crítico a su desviación consumista o totalitaria, y precursor del nuevo pardigma holístico, viaja a su muerte en brazos del alucinógeno.


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