Profecías versus trabajo espiritual
Los profetas son un tipo de ser a los que se les asigna dos tipos de facultades: la de predecir acontecimientos futuros -hacer profecías- y la de hablar con Dios y ser inspirado por él. El agnóstico y el ateo llegan a serlo porque no creen ni tienen pruebas de estas magnas facultades. ¿Podemos situarnos en un punto que no sea el de creer ni de negar?, ¿en el punto de la gnosis, es decir, en el de nosotros conocer por nosotros mismos? Bien, pero qué poco conocemos por nosotros mismos. Qué ganas de llenar la brecha de todo lo que no conocemos con creencias.
Personas cercanas en acepción a los profetas son los chamanes y los magos, ambos con cierto tipo de poderes superiores. Nosotros nos declaramos cercanos a ellos para que se nos pegue algo de su poder, pero no aspiramos a tener nosotros poder. ¿Y qué significa poder? Significa “puedo”, “yo puedo”. ¿Y qué puedo? Puedo conocer. Hay otros que se supone que pueden hacer, hacer magia, hacer profecía. Yo no puedo.
Para conocer exploro en google y en wikipedia, y una cosa que descubro es que la palabra hebrea nêbi, cuyo significado literal es "llamado", se traduce al griego como profeta. Esto es tan característico en el traspaso del lenguaje de una cultura a otra, donde se produce un cambio del sentido. El profeta es el llamado por Dios, lo que significa que la persona se incorpora a algún tipo de escuela de desarrollo espiritual; esto tan sencillo es hablar con Dios o ser inspirado por él. Lo difícil es lo que viene, que esa persona trabaje o avance en respuesta a ese llamado. Que se ilumine como se iluminó el Buda.
Por otro lado, las tradiciones espirituales son depositarias y poseen un conocimiento del ser humano y del mundo superior. Superior por cierto al de la ciencia contemporánea. No a la técnica que manipula materia y energía, sino lo que es comprensión del ser humano y del universo, y al sentido de la vida humana.
Quizás emergen enviados de Dios. Pero de nuevo, ¿qué significa eso? Por ejemplo, la Sociedad Teosófica anunció que Krishnamurti era el Mesías esperado en este inicio del segundo milenio; pero años más tarde el propio Krishnamurti se encargó de desestimar esta profecía, y se convirtió luego -por su trabajo- en el maestro espiritual que conocemos.
Y no necesitamos ir tan lejos. En latinoamérica hemos ido recuperando el saber de numeros pueblos originarios, aunque muchas veces sólo lo sea a través del internet. Una de las reapariciones del saber chamánico fue la de los Q'ero -quienes se presentan como los últimos incas- tribu de unas seiscientas personas, herederos de quienes buscaron refugio en alturas de Los Andes con el fin de escapar de los conquistadores.
Ellos anuncian una profecía sagrada que conservan durante quinientos años sobre un gran cambio que acaecería en este tiempo, y que hará que las cosas que quedaron al revés volvieran a su sitio y emergiera el orden del caos. Pero sus profecías sobre el final de los tiempos es la de la muerte de una forma de pensar, de ser y de relacionarse con la naturaleza, volviendo a definir nuestras relaciones y espiritualidad. El paradigma de la civilización europea continuará desplomándose y las formas de los pueblos de la Tierra volverán.
Aparece la idea de profecía como un atributo de ciertos seres supranormales que supieron una enormidad de años antes lo que habría de ocurrir, es decir, con una facultad extraordinaria de predecir el futuro. Pero existe otra lectura, en donde profetizar cambios no tiene un carácter de don mágico, sino un conocimiento de la generación de condiciones cíclicas para la transformación espiritual, las que pueden aprovecharse o no. Buda aparece hacia el año 500 A.C., Cristo en el año cero, Mahoma hacia el 500 D.C., el movimiento herético de los cátaros hacia el año 1000, el renacimiento y la conquista de América hacia el 1500 y hoy, hacia el 2000, estemos viviendo los anuncios de Nueva Era, con la presencia de cientos de maestros espirituales y el resurgimiento de todas las grandes tradiciones.
Esto permite la otra lectura de la profecía como un anuncio que surge de un conocimiento superior, pero referido a las condiciones cíclicas de los movimientos cósmicos, y a un conocimiento sobre su influencia sobre la humanidad. Junto a ello, el conocimiento genérico sobre los trastornos que representan para la mandad estos períodos, y de allí a la construcción de un relato genérico/metafórico que describa estos trastornos.
Lo que uno recoge de los Q’eros de nuevo nos remite a los cambios de significado que surge de las traducciones. Se señala que pachacuti –que se traduce como el gran cambio- también se refiere a un gran jefe inca que vivió a finales del siglo XIV, quien habría construido Machu Picchu; pero también se señala que para los incas, pachacuti es un prototipo espiritual, un Maestro, un luminoso, un símbolo y promesa de lo que podemos llegar a convertirnos. Es decir, nos encontramos con el mismo tipo de significado que rodea al Buda. Es decir, el maestro espiritual que trae un conocimiento verdadero en el momento del ciclo cósmico de transformación que genera en los seres humanos la posibilidad de un crecimiento espiritual. Yen la clarificación del concepto se nos aclara que ‘pacha’ significa tierra o tiempo, y ‘cuti’ significa "poner las cosas en su sitio". De ahí que el momento del gran cambio se vincula a un maestro que enseña el gran cambio, que pone las cosas en su sitio –pues sin conocimiento espiritual comprendemos el mundo al revés, y por ello el Maestro actúa como un transformador de la tierra.
Estamos entonces frente al mismo precepto de Buda, de Mahoma o de Cristo en el cristianismo esotérico: iluminarse, como Buda, Ser la verdad y la vida, y no ser ‘como’ Jesús, en un sentido de seguidores y de copiadores de ciertas conductas o ritos. La gran idea perenne de que hay un posibilidad práctica de transformación espiritual para todo y cada uno de los seres humanos, y que existe el conocimiento para realizar esa transformación.
Los Q'ero afirman en su profecía que las puertas entre los mundos se están abriendo otra vez, pero leí una nota de prensa donde el cronista agrega que esto representa agujeros en el tiempo que podemos atravesar e ir más lejos. ¿Por qué transformar algo sencillo -que en mi comprensión es la idea de que lo que se abre son las puertas entre los mundos de nuestra vida normal con su techo en nuestra personalidad y el mundo espiritual que nos posibilita otras realidades- en esa figura matemática de la física elaborada por la ciencia ficción de ‘agujeros en el tiempo’?
En mi opinión, porque con ello eludimos la responsabilidad por la acción propia de un trabajo espiritual. Entonces nos ponemos a caminar cerca de agujeros –a la manera de quien juega el Loto- soñando con que nos vaya a tocar el agujero del tiempo que nos transporte regalados a otra realidad superior.
Por eso volvemos a las profecías. Ellas anuncian que hay un tiempo de transformación potencial, y que nosotros por nuestra propia acción podríamos transformarnos. Pero también las profecías señalan que quienes no se transforman se hundirán en la única verdadera calamidad: repetir un nuevo ciclo de 500 años con los horrores y crueldades que nos hacemos los unos a los otros.