Por una educación que no pase por memorizar
El proceso de memorización es un tipo de funcionamiento mental a través del cual incorporamos la forma de pensar de otro como un paquete; es análogo al modo en que el computador graba un documento. Nuestra operación mental posterior sólo podrá ser la de abrir el documento, es decir, de repetir la información grabada. Memorizar es grabar, no es comprender ni ejercitar la facultad de pensar.
Pero existe otra manera de ocupar nuestra función mental, que consiste en que las ideas que recibimos -a las que otros dieron forma- ingresen en nosotros como una ‘energía pensante’ que movilice nuestra capacidad de pensar, para generar pensamientos propios.
Como estamos acostumbrados a memorizar, creemos que si no lo hacemos no estamos ‘reteniendo’ nada de lo que se nos dice, que no estamos aprendiendo. Ello es cierto. Al grabar efectivamente retenemos el ‘paquete de pensamiento’, que es un producto material –y por ello lo que se enseña en el sistema educacional se llama adecuadamente ‘materia’- y nos ofrece la constatación sólida de que algo nuevo hay allí en nuestra mente. Es mucho más difícil constatar que algo ocurrió sin memorizar.
Pero la otra manera de ocupar nuestra función mental -en la que el pensamiento ajeno actúa como energía que activa nuestra función del pensar- sí permite una constatación. Ella se verá cuando después podamos generar pensamientos propios o resolver cosas nuevas, vinculadas con problemas prácticos y situaciones personales. Pero para poder ocupar el pensamiento ajeno como energía para pensar, lo que tenemos que hacer es relajarnos, en vez de ese tensar que supone el esfuerzo de memorización.
Total, si queremos guardar o retener las ideas ya formateadas, lo podemos hacer en soportes materiales tales como libros, computadores o cualquier otro. Mientras nuestra memoria esté menos pesada, mientras menos haya grabado en ella, más liviana estará nuestra mente para pensar, de modo análogo a como los computadores con menos cosas en su memoria tienen más capacidad para procesar.
¿Cuál es la propuesta, entonces, en vez de aprender?, ¿cómo madura la mente? La propuesta es que la mente no madura a través de la acumulación de información memorizada, y en cambio sí se potencia a través de activar la función del pensar puesta al servicio de resolver situaciones prácticas y conectadas a experiencias del sujeto. Esto produce el aprendizaje vivencial que genera la comprensión, es retenida naturalmente, sin ese esfuerzo tensional requerido por el acto de memorización, y queda incorporada como potencial de la mente al servicio de la solución de desafíos mayores.
Liberados del esfuerzo de memorizar, lo que sirve hacer bajo la premisa de ocupar el pensamiento de otros como energía para pensar es que cuando estamos escuchando monitoriemos si estamos comprendiendo. Si no estamos comprendiendo, esas ideas no nos van a aportar nada, no van a activar nuestra capacidad de pensar. Frente a esto, hay que animarse a preguntar cada vez que no comprendemos.
En el contexto educacional está fuertemente entronizado el miedo, que surge de la crítica y el castigo administrado al que no aprende. Pero si el propósito no es aprender, sino comprender, ya no hay fundamento para la crítica, porque el hecho de comprender o no comprender no tiene que ver con una incapacidad nuestra, sino con que lo dicho ha sido comunicado en un código mental para el cual no tengo interpretación o que no encuentra referente en mis emociones y experiencias.
Comprender es entonces un acto de encuentro entre lo comunicado y los códigos interpretativos, experiencias y emociones del receptor. Por ejemplo, alguien me puede transmitir la idea de mar, y yo podré memorizarla, pero sin la experiencia de mar no lo comprendo. Sin la emoción de la vivencia del mar tampoco lo comprendo. Diré que sé lo que es el mar, pero no lo sé por mí, sólo sé la descripción mental del mar hecha por otro. Por eso actualmente se presenta la confusión de que la gente afirma y discute por cosas que sólo las sabe porque leyó de ellas, y se enfrasca en discusiones porque leyeron formas distintas de explicar una misma cosa, sin que tengan esas personas ninguna experiencia propia al respecto.
Si no comprendemos algo, entonces, no cabe sentirse mal por ello. Nuestro derecho es pedir que se nos transmita la información de manera que haga conexión con nuestros códigos, con nuestras emociones y experiencias. Quien enseña tiene por su parte derecho a que el receptor exponga sus códigos, experiencias y emociones, para favorecer la comunión entre emisión y recepción, a fin de que lo comunicado pueda ser comprendido.