Acerca del taboo de saber quiénes somos
Uno de los pioneros del movimiento de conciencia en EEUU, Alan Watts, publicaba en 1966 -más de 40 años atrás- “El libro acerca del taboo de sabe quiénes somos”. Y aunque circula nuestra revista que explora quién es Uno Mismo, y aunque en casi cualquier lugar de trabajo o en las conversaciones sociales nos encontramos con personas que han superado este taboo, podemos afirmar que para la gran mayoría de la cultura oficial occidental éste se mantiene.
Frente a esto, quienes anhelamos y exploramos en el autoconocimiento, a nivel social nos hemos tenido que aferrar a la esperanza de la teoría del mono cien, o bien asumir el planteamiento de los evangelios que dicen que “muchos son los llamados y pocos los escogidos”.
Hay aún más. Existen maestros espirituales quienes señalan que el conocimiento espiritual es una sustancia que se encuentra en una cantidad limitada, y que sólo transforma al sujeto si éste la acumula en una cierta cantidad; de modo que dado esto es mejor que sean pocos los que la busquen, pues repartida entre más no surtiría efecto. Esto convertiría en una condición o ley del universo que sólo algunos adquieran el gran conocimiento. En esta visión no hay teoría del mono cien -es decir, que al llegar a cierta cifra de personas transformadas habría un proceso acelerado que llevaría a toda la comunidad (humanidad) a transforrmase- y supone que es preferible –dado que es lo único posible- tener a una cantidad limitada de iluminados cuidando e intentando dar una vida buena al resto de la comunidad, que no tener ninguno.
A las personas que estamos en el intento del camino -y que tenemos la convicción que éste, actuando sobre las personas a gran escala, produciría arrmonía social y resolvería las tragedias dela convivencia humana- nos puede resultar difícil aceptar (resignarnos a) que tal acceso masivo sea imposible, y que la mejor opción es la situación de que algunos iluminados cuiden a rebaño. Sin embargo tampoco es una idea inaceptable, pues si recorremos la historia de la humanidad, vemos que l as religiones a lo largo de los tiempos han realizado ese pastoreo masivo, a la vez que ellas se han nutrido en sus orígenes de los iluminados.
Pero tenemos también otra línea de tradiciones espirituales que auguran que el cambio de época en el que estamos aportará per sé un salto de conciencia de la humanidad. Esto nos presenta una disyuntiva diferente a los que estamos en caminos de crecimiento, pues nos enfrenta a la pregunta paradójica de si se requiere o no el esfuerzo que realizamos en nuestros intentos y prácticas de transformación, que no pocas veces son arduas y dolorosas.
Y finalmente todo esto nos lleva a lo siguiente: tener estas dos propuestas opuestas –que lo espiritual sólo alcanza a unos pocos y que el salto espiritual advendrá dentro de poco para todos- nos coloca en la peor de las situaciones, que es la disyuntiva entre adscribir a una de ellas sin saber si es realmente cierta, o bien asumir que no sabemos.
¿Podremos seguir esforzándonos en nuestro camino de descubrir quiénes somos sin saber si nos va a alcanzar la cuota de sustancia espiritual, o bien sin decirnos que es un esfuerzo innecesario, pues nos iluminaremos de todos modos a la vuelta de algunos años?
Para mí, este es el verdadero punto de quiebre para los buscadores. El de no saber si existe la recompensa al esfuerzo, y pee a ello, realizarlo igualmente. Quizás esta condición es la que lo hace tan difícil, y que sea por ello que muchos son los llamados y pocos los escogidos, y no porque exista una limitación cósmica.
Así, el gran desafío consiste en realizar el camino sin saber hasta dónde nos llevará, ni cuánta gente caminará con nosotros, ni si la humanidad se iluminará o continuará siendo un valle de lágrimas.
El llamado al buscador es entonces el de realizar el trabajo de autoconocerse desde la convicción de que es lo único que puede traer la luz al final del túnel, y sin embargo deberá hacer ese camino a ciegas, y si existe esa luz, sólo la veremos al final.